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15 Junio 2025, 08:15

Arte escultórico desde Berge (Teruel): “El pueblo me da el espacio y el ritmo que necesito para crear mi obra”

Estela Ferrer tiene 26 años y vive en un pueblo de unos 200 habitantes en el que le gustaría quedarse y seguir desarrollándose profesionalmente, pero el sistema se lo pone difícil: “Autónomos no está pensado para los artistas que trabajamos por proyectos”.

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Tras una nube de finísimo polvo blanquecino descubrimos la silueta de una joven. Un pañuelo anudado esconde su melena rubia, las gafas de protección casi todo su rostro, y un mono de trabajo la aísla de la polvareda que levanta el paso de la radial por el bloque de piedra que en el que está trabajando. Estela Ferrer es artista plástica, en agosto cumplirá 26 años y ha sido la primera de su familia que decide dedicarse al arte: “En el instituto y en casa me animaban para que estudiara una carrera con salidas profesionales con más estabilidad”, confiesa, pero, aun así, ella decidió seguir su propio instinto.

Estela ha crecido en la localidad de Berge, situada en la provincia de Teruel, a caballo entre el Bajo Aragón Histórico y el Maestrazgo. Estudió en el colegio de Alcorisa, donde también cursó la secundaria: “Mi profesor Joaquín Macipe me aconsejó que hiciera lo que realmente quería porque luego disfrutaría con ello, y me matriculé en bachillerato artístico en el Instituto de Alcañiz”, explica la joven. Tras superar esta etapa, consiguió nota para entrar a la Universidad Politécnica de Valencia, considerada la mejor en su momento en Bellas Artes.

Entonces comenzó lo que Estela define como “un periodo de crecimiento personal”. A lo largo de estos cinco años, en los que vivió sola por primera vez, como la mayor parte de estudiantes que salen de sus pueblos para formarse, se fue descubriendo poco a poco no solo como persona, también como profesional. “Cuando llegué a la carrera no tenía claro qué quería hacer dentro del mundo del arte en el futuro”, confiesa la turolense. Sin embargo, la visita a finales del primer curso al taller de talla de piedra de la facultad despertó algo en Estela: “Las herramientas, el espacio, los trabajos de otros alumnos realizados en un objeto tan duro como es la piedra, de la que no parece que puedas sacar una figura así…Me dejó impresionada”.

La talla de su primera escultura en alabastro le llevó meses de trabajo: “Y eso que era súper pequeña”, bromea Estela: “Pero me encantó”, sentencia. Y con la misma rotundidad decidió después de finalizar el Grado en Bellas Artes, cursó el máster universitario en Producción Artística, y decidió volver de nuevo a casa, a Berge, para dedicarse “a lo suyo”.

“Trabajé para poder invertir en mi taller”

“Tenía claro que quería dedicarme a lo que había estudiado, pero tenía que pensar cómo poder llevarlo a cabo”, afirma la escultora, consciente de la necesidad de seguir haciendo obra y participar en concursos, para seguir desarrollándose y haciéndose un camino que partía casi desde cero: “Durante los años de estudio hice algunos encargos, sabía que era importante de cara al futuro tener cierta experiencia y obra propia”, observa Estela.

Una vez de vuelta en Berge, la joven decidió hacer un curso de emprendimiento para artistas y artesanos: “Era online y nos orientaban según nuestros intereses, en mi caso era más arte que artesanía, y me ayudó mucho, sobre todo para creer en mi idea y en mí misma”, explica Estela. Al mismo tiempo, trabajó como gestora cultural en el castillo de Peracense: “Fue una experiencia maravillosa”, comenta, y con el dinero que ganó pudo invertir en la compra de la herramienta necesaria para poner en marcha su propio taller de escultura.

En plena creación de una de las obras.
En plena creación de una de las obras.

Encontrar un espacio en una ciudad donde poder dedícate a tallar piedra, no es sencillo, sin embargo, en un pueblo, como Berge, es mucho más fácil, y esa es una de las razones por las que Estela decidió volver de Valencia y ponerse a trabajar en su pueblo de 200 habitantes. Además, “este ritmo de vida va más con mi forma de ser, soy una persona tranquila”, añade esta artista que piensa que el lugar donde naces y creces, en su caso, ha marcado en cierta manera su carácter y forma de ver la vida ahora.

Desde hace poco más de dos años, una antigua casa de pueblo se ha convertido en el taller de Estela. “La construyó mi abuelo y ahora es de mi tío, no la usaban y me la dejó, como está un poco a las afueras, aunque no demasiado, dispongo de un espacio para trabajar donde no molesto a nadie, y está bien para empezar”, explica la joven. Estela saca la obra al exterior de la casa y allí trabaja el grueso, en el interior, sobre una mesa larga, bien dispuestos, están todos los útiles que emplea en los diferentes procesos.

Sin embargo, la casa no solo es el lugar de creación de escultura, Estela tiene la vista puesta en otro proyecto que quiere impulsar, sin dejar la talla en piedra. Se trata del 2D, el grabado: “Una de las habitaciones de la casa la estoy preparando para seguir profundizando en esta técnica que, junto con la talla y la pintura, es otra de las que más me gustan”, apunta. A pesar de que ahora está centrada en la escultura, Estela no ha querido dejar ninguna inquietud sin explorar, consciente de que el artista multidisciplinar está muy valorado en el arte contemporáneo.

En una tercera habitación encontramos algunas de las maquetas de obras que ha realizado y otras que están pendientes de hacer. En las paredes hay notas, recortes, apuntes con ideas para próximas obras y frases que le motivan porque este taller es el lugar en el que Estela se refugia cuando necesita despejarse y cargar pilas: “Es tu espacio, donde nadie te observa, donde estoy más concentrada a la hora de crear. Es el lugar donde sucede todo”.

Un sistema que expulsa a los artistas

Mientras sigue trabajando en la obra de alabastro que tiene entre manos: “La lijo a mano porque este es un material más blandito y permite ser moldeado de esta forma”, apunta Estela, la joven escultora reconoce que detrás de cada forma armónica y sutil de sus obras, hay un trabajo duro, con una exigencia física que la ha llevado a apuntarse al gimnasio para mejorar su condición física y poder así manejar mejor las herramientas: “Trabajo con radiales, fresadoras, y con materiales pesados, como la piedra, y requieren fuerza”, explica.

Pero no solo la fuerza es necesaria para sobrellevar este emprendimiento, también la economía es fundamental, sin embargo: “El sistema no está pensado para aquellos autónomos como los artistas que trabajamos por encargos o por proyectos”, lamenta Estela, que ahora cumplirá el periodo máximo de descuentos que permite la cuota de autónomos a nuevos incorporados, y tiene que hacer cuentas para poder seguir adelante. “Tengo claro que quiero ganarme la vida trabajando de lo mío, pero creo que voy a tener que compaginar con otro trabajo porque los profesionales del sector del arte no tenemos ingresos mensuales fijos y cuesta mucho empezar”, denuncia Estela.

Su primer encargo escultórico fue para una boda, desde entonces ha tenido varios proyectos de obra pública, imparte talleres de alabastro, a los que se suman algunos encargos personales de escultura, pero “ninguno de estos trabajos es fijo, como la cuota de autónomos que sí lo es”.

Una obra que emociona y conecta con las personas

“Para mí el arte es un medio de expresión que requiere una acción emocional y a la vez social. La afirmación que me inspira cada día a realizar mi trabajo artístico es que los actos que cambian el mundo son los que, en principio, parecen más pequeños”, explica Estela Ferrer, que se define como una artista que se dedica a crear expresiones que emocionen y conecten con las personas a partir de historias.

Toda la obra de la turolense: “En mayor o menor medida, tiene implícito el discurso de género”, confiesa la artista que entiende su trabajo como un canal para dar voz a cuestiones sociales y todo tipo de sentimientos. Una de sus esculturas públicas “Lavanderas”, que se puede ver en La Rioja, responde a esta sensibilidad.

Estela también ha participado con tres esculturas en el proyecto colectivo “Armonatura” en Berge, Alcorisa y Calanda. Fue galardonada en 2022 con el primer premio de escultura “Grandes valores” por la Fundación Notariado, de Madrid y ha expuesto en el Castillo de Albalate del Arzobispo, el Corte Inglés Pintor Sorolla de Valencia, la Facultad de Bellas Artes San Carlos, la casa de la cultura José Peris Aragó en Alboraya, o el Museo de Arte Sacro de Teruel, entre otros.

A pesar de que reconoce que “hay muchas personas que están limitadas por sus creencias y que les cuesta entender que algo que nunca se han planteado puede funcionar”, en su caso concreto, el apoyo de su entorno ha sido fundamental, y lo sigue siendo: “Mis amigos me entienden cuando en fin de semana me escapo un rato al taller, no me cuestionan”, agradece la joven, que también ha contado con su familia en este viaje: “puede que a mi padre le haya costado un poco más, los padres siempre quieren seguridad para sus hijos, pero ahora es como mi manager y mi mayor fan, a veces se me adelanta y sube mis obras antes que yo a las redes sociales”, sonríe Estela.

Esta joven artista no echa en falta una gran ciudad: “Cuando vives en una ciudad no estas todo el día viendo exposiciones o haciendo contactos, eso puedes hacerlo yendo un día puntual, pero sin un lugar para trabajar, no tienes obra, y la obra sí es fundamental para un artista”, explica. Su apuesta por vivir en su pueblo le ha dado la posibilidad de tener un pequeño taller en el que crear, su elección es firme y, por el momento, no tiene planeado hacer un cambio en este sentido. Nieta de minero, a Estela le hubiera gustado que su abuelo hubiera visto en quién se ha convertido y sus obras: “él picaba piedra y yo, aunque de otra forma, también lo hago, creo que se sentiría feliz”.

15 Junio 2025, 08:15

Santos Cerdán: "No me quiero servir del aforamiento para demostrar mi inocencia"

El exsecretario de Organización del PSOE ha asegurado que entregará su acta de diputado el lunes

Comisiones, contratos y grabaciones: la corrupción de toda la vida en el caso Koldo

El exsecretario de Organización del PSOE Santos Cerdán ha asegurado que entregará su acta de diputado el próximo lunes y que prescindirá del aforamiento del que gozan los diputados del Congreso: “No me quiero servir del aforamiento para demostrar mi inocencia”, ha afirmado en una breve conversación con el medio navarro Diario de Noticias.

Después de que se diera a conocer el informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil que apuntaba a mordidas que presuntamente se embolsó Santos Cerdán en el marco del caso Koldo, el exsecretario de Organización aseguró que entregaría su acta de diputado, aunque todavía no lo ha hecho.

Ahora los agentes de la UCO han pedido acceder a 310 cuentas bancarias de los sospechosos para buscar el origen y el destino de las comisiones por obra pública. Por ahora, los investigadores han determinado en su informe el papel de “mediador” en las adjudicaciones y de “gestor” de los fondos obtenidos a cambio de amaños, aunque falta encontrar el motivo de su actuación.

En conversación con el diario navarro, Santos Cerdán ha preferido por el momento no ofrecer más detalles.

15 Junio 2025, 08:15

La cara oculta del Santander turistificado: pueblos, mieses y 'vino de azada'

El economista y docente santanderino Pedro Agudo trabaja por recuperar el cultivo de la vid y preservar la campiña en un municipio que cada vez se orienta más al turismo y el ocio

Archivo - Playas artificiales en el Barrio Pesquero, granjas en Cueto y huertos junto a la ría de Raos: un plan para el Santander de 2055

En Monte tenían santos de sobra pero no producían vino. En Cueto les sobraba el vino, pero les faltaba un santo. Fue así cómo la leyenda dice que se fraguó el trueque de santos por vino, de lo sagrado por lo terrenal. Monte, que tenía a San Pedro y San Pablo, transfirió a este último a los de Cueto, que desde entonces lo tienen por su santo patrón. ¿Por cuánto? Por un pellejo de vino.

Más allá de leyendas, la anécdota revela la existencia de otro Santander centenario, al margen de la ciudad y del avance imparable de las urbanizaciones y sus casas con arquitectura moderna que han proscrito el tejado a dos aguas y han obtenido a cambio las terrazas planas y las humedades.

Monte y Cueto son pueblos de Santander, la capital de Cantabria, un municipio frecuentado por el turismo cada vez más masivo, excepto su mitad norte, próxima al mar abierto, que ha preservado su ruralidad por el difícil acceso por cualquier medio de locomoción que no sea un buen par de piernas. San Román y Peñacastillo son los otros dos pueblos, estos más accesibles y por lo tanto más susceptibles de caer bajo la trituradora civilizatoria.

Lo que ha preservado el carácter agreste de Cueto y su singularidad son las vías o, mejor dicho, el viario arcaico, pensado más para carretas que para vehículos a motor. Recorrerlo en coche supone arriesgarse a ver cómo los muros se aproximan a las ventanillas hasta que el camino se estrangula, muere en el patio de un vecino o simplemente es devorado por las zarzas. El final siempre es parecido: dar marcha atrás. Como efecto disuasorio, ahí queda.

A un lado, los acantilados de la fachada norte de la península en que se encierra la capital, al otro un dédalo de trochas, callejuelas y caminos que bardales y zarzas quieren hacer desaparecer. Y los muretes. Salvo una carretera o calle principal, el resto en Cueto, Monte y San Román son 25 kilómetros de senderos y los característicos muretes de piedra seca (sin argamasa), más conocidos como morios o murios.

Estas paredes de mampostería seca son típicas de la fachada atlántica. Curiosamente, no fueron creadas para parcelar la propiedad, sino para brindar apoyo de crecimiento a las vides. Son el tutor de la antigüedad. Y de paso, los morios no solo han protegido históricamente las viñas, los cultivos, sino que también han preservado el territorio, obstaculizando la penetración de las urbanizaciones, el turismo depredador, los vehículos.

Y entre morios anda todo el día Pedro Agudo Alonso, un docente santanderino que ha vivido en Italia y que, entre clase y clase de Formación Profesional, desbroza, planta, observa el lento crecer de las parras en 8.000 metros cuadrados de pequeñas y dispersas fincas, algunas del tamaño de un 'carro', otras más grandes.

Su trabajo es una labor de titanes y un empecinado denuedo por preservar lo antiguo y de paso hacer ese vino de baja graduación, de sabor ligeramente ácido y color tinto pero blanco al paladar que es el que se ha producido desde que los santanderinos andaban con ballestas o pagaban su contribución a la ciudad en odres de vino.

Pedro Agudo Alonso, preparando la plantación de vides en Santander.
Pedro Agudo Alonso, preparando la plantación de vides en Santander.

El carro de tierra es una medida de superficie netamente cántabra. Equivale a unos 179 metros cuadrados de tal modo que una hectárea equivaldría a 55 carros, con las variables de tamaño que se dan según la zona que se trate. En Santander, por ejemplo, son 150 metros cuadrados exactamente.

De carro en carro, Pedro va repasando las parras, que crecen a cierta altura para ponerlas a salvo de la humedad y tienen, bajo un leve manto de tierra, la piedra que es característica de la zona y a partir de la cual se han construido los muretes secos. Basta escarbar un poco para que aparezca la roca. Horadarla, domesticarla, es una tarea que requiere un gran esfuerzo por lo que las viñas crecen sobre un lecho superpuesto de tierra y compostaje milenario (de los pueblos del norte de la ciudad partían las carretas que recogían la basura de Santander a diario para luego verterla en la campiña). A veces, al excavar, aparecen restos de loza de hace siglos, pero la mayor parte de los desperdicios fueron subsumidos y convertidos en humus sobre el que ahoran campan los conejos, que de todo hay en la viña cuetana del señor.

Viñedo rodeado del característico 'muro seco'.
Viñedo rodeado del característico 'muro seco'.

Economista e investigador doctorado, con una tesis precisamente sobre las construcciones de piedra seca en Cueto, Pedro Agudo ha creado el proyecto 'Vino de azada', cuyo fin último es la preservación de lo que queda de campiña en un minicipio asaltado cada vez más por el turismo de masas. ¿Cómo empezó esta historia? Él mismo lo cuenta.

“Mi familia materna es de Cueto y en 1645 ya estaba aquí. Como la mayoría de las familias de Cueto, somos muy de aquí, con mucho amor por la tierra, algo que te van inculcando desde pequeño. Siempre me llamaba la atención que llamaran viñas a los 'praos' que atravesábamos de niños. Estudié Economía, viajé, trabajé en Madrid, en Portugal y en Italia, en donde administré una empresa. Pero ya en 2007 fue cuando vi una viña de pequeños productores en Italia, me entusiasmé y me dije 'yo quiero algo así en Cueto'. Empecé este proyecto ('Vino de azada'), ayudado por mi madre, y en 2010 junto a un amigo avanzamos más, pero él ya no podía continuar por cuestión familiar. Pensé en dejarlo, pero lo retomé en solitario y ahora sigo adelante con mucho trabajo y esfuerzo. Ahora soy profesor de Turismo y desde hace tres años puedo compaginarlo con el trabajo en el campo”, relata de carrerilla.

Un rosal, el canario de la mina

Llama la atención que, coronando el inicio de cada viña haya un rosal. Pedro lo señala al pasar y le echa una mirada escueta. El rosal se planta no por ornato, va diciendo mientras se abre paso entre las parras. Es como el canario de la mina, un detector del peligro. Grisú en un caso, parásitos en el otro. Si entra el hongo en la finca, el mildiu, le entra primero al rosal; si le entra primero es el momento de hacer algo para evitar que se propague a las demás plantas, así funcionan las cosas desde hace siglos.

Porque una cosa es característica de este tipo de productores como Pedro: el rechazo como concepto a los sistemas químicos de protección y tratamiento del vino. Las uvas, que crecen altas, hechas de injerto en 'pie americano' (raíces de origen americano que llegaron a Europa para luchar contra la Filoxera) que le confiere robustez, bajo el paraguas de unas hojas de verde oscuro y redondas, son muy sensibles a los rigores del clima y de los parásitos. Algunas prosperan, otras se pierden o son robadas o acaba con ellas una tormenta o el frío. Así son las cosas.

Parra de viñedo en el municipio de Santander.
Parra de viñedo en el municipio de Santander.

“Este año quiero montar la bodega y he gestionado las autorizaciones para poder plantar más. Ahora las mañanas las dedico a montar paredes, desbrozar, segar y plantar. Los fines de semana puedo darles más horas a la viña”, afirma Pedro con la azada en la mano. Cultiva variedades de uva reconocidas en Cantabria, pero su ilusión es poder cultivar la uva autóctona del lugar, conocida como seña, una variedad que llegó a España desde Francia en torno al año 1500.

“Las variedades que tengo son todas las permitidas en la costa de Cantabria porque quiero representar todo lo que hay en Cantabria. Prefiero tener pequeñas parcelas con una representación de todo lo que se puede hacer en Cantabria, por diversidad y poder probar vinos diferentes”, explica.

Pedro Agudo, reparando uno de los muros de piedra seca de su finca.
Pedro Agudo, reparando uno de los muros de piedra seca de su finca.

Vitipaisajista

La inaccesibilidad del norte de Santander lo ha protegido de la depredación. La compraventa de fincas a buen precio por constructores pinchó con la burbuja inmobiliaria de 2008 y el campo de golf proyectado por el Ayuntamiento del PP entre el Centro Meteorológico y las canteras ya es historia, una historia que puede volver, pero que por ahora está lejana.

Orientadas al sur, las uvas tiernas acumulan rayos de sol; las orientadas al norte, al mar Cantábrico, tienen menos suerte por estar más expuestas a las inclemencias. La leche, los tomates, las uvas, próximas a la costa dicen que son mejores que las de interior por la presencia de sal y yodo. Desde Suances hasta Cabo Mayor. Proteger este mundo es el propósito de Pedro Agudo.

“Más que viticultor me considero vitipaisajista, más involucrado con el paisaje de viña, que sería bonito recuperar y el que más impacto puede tener. La viña es algo que nos pertenece. En 1517, Fernando Colón, navegante, escribía que cuando entraba en la bahía lo que veía de Cueto a Santander eran todo viñas porque la viña era muy importante”, comenta.

Y confiesa: “Cada vez que volvía de Italia veía que mi pueblo cada vez era menos pueblo. Yo he crecido con vacas en la carreteras y fútbol en un 'prao'. Me daba mucha rabia que Cueto perdiera su identidad. Entonces, descubrí que el vino puede ser una idea muy buena para demostrar que en la zona se pueden hacer cosas relacionadas con lo rural”.

Más que viticultor me considero vitipaisajista, más involucrado con el paisaje de viña, que sería bonito recuperar

Insiste en la preservación del carácter rural del municipio: “Santander tiene un gran potencial porque es una pequeña Cantabria: tiene a tres kilómetros del Ayuntamiento vacas y huertos. En el futuro veo que, si logro comercializar vino como antiguamente se hacía, puedo hacer que se muevan conciencias y que otros planten y cuiden y protejan esta zona antes de que aparezcan las casas, un espectáculo de fachada ventilada. Esto es lo que me mueve. El objetivo no es enriquecerme, sino mantener el territorio. Estoy agradecido a los vecinos porque los ánimos han sido enormes y participan en las vendimias contando historias del pueblo y eso es un aprendizaje para todos”.

En efecto, el vino de Santander no es cosa reciente. El auge de la producción vitivinícola en el norte del municipio data de los tiempos del reinado de Alfonso VIII cuya concesión de foros permitió a la población cultivar y comercializar vino (estamos en el siglo XII) sin pagar diezmos. Desde entonces, vides, mieses, trigo y cebada compartían la campiña. Las antiguas vides miraban hacia el sur, y se extendían hacia el sur, hacia Las Llamas, incluso en algunos puntos cruzaban lo que ahora es la Avenida de los Castros. Topónimos de la ciudad, como Viñas, en pleno casco urbano, recuerdan cuando, antes de las edificaciones, crecían las vides. Antes de ser sepultadas por el avance de la ciudad, encaramándose hacia las pendientes del norte.

Santander llegó a producir anualmente 300.000 litros de vino, de los cuales 150.000 procedían de Cueto. Monte era más arbolado, pero Cueto no, y ahora alberga uva de múltiple procedencia. Lo sabe bien Pedro, en cuyos 8.000 metros cuadrados de finca las acoge a todas, aunque su sueño es poder embotellar algún día el vino de la uva autóctona, llamada seña.

Viñedo en Santander.
Viñedo en Santander.

Según el Censo Agrario de 2020, Santander cuenta con 45 explotaciones agroganaderas, un testimonial 0,6% de todas las que hay en Cantabria. La presencia de la producción rural en Santander es, por lo tanto, escasa. El uso predominante es ganadero, pero también hay producción agrícola en su paisaje de campiña, lo que paradójicamente es una llave de futuro: los pueblos del norte del municipio como sumideros de carbono, producción agrícola de proximidad y cámara frigorífica de lo autóctono.

Un Modelo de Ciudad en el cajón

El Modelo de Ciudad es un documento de planificación que fue el resultado de un proceso participativo ciudadano que se dio en 2020 y sobre todo del trabajo de dos equipos redactores, Landlab, dirigida por la arquitecta y paisajista Miriam García, y Paisaje Transversal, que se pusieron a pensar cuál era el futuro deseable para Santander hasta dar con la partitura llamada a desarrollarse en un Plan General de Ordenación Urbana.

El plan sigue durmiendo el sueño de los justos y la ciudad se rige actualmente por una norma marco de 1997, lo que en términos urbanísticos puede calificarse de 'vetusta'. Aunque el Modelo de Ciudad, llamado 'Santander, Hábitat Futuro', tiene muchas papeletas para caer en el olvido, como plasmación a futuro de un Santander futuro no deja de ser lo más innovador que se ha hecho hasta el momento. En ese Modelo, la producción agropecuaria tenía un papel importante en el desarrollo del municipio.

El potencial del sector primario como motor económico, sumado a su capacidad para convertirse en un gran sumidero de carbono, hace de la campiña un espacio muy valioso, de gran biodiversidad, que hay que tener en cuenta en el contexto actual de cambio climático. Por otro lado, su capacidad para producir alimentos de calidad y cercanía puede ayudar a su supervivencia.

Para poder aprovechar todo el potencial que albergan estas áreas rurales es necesario repensar los usos que tienen los espacios agrarios e implementar modelos más productivos y responsables con el medio ambiente, aunque, básicamente, la solución sea tan sencilla como echar la vista atrás y recuperar tradiciones ancestrales de cultivo y cría.

Para el año 2050 se prevé que la regulación y legislación sobre el suelo agrícola sea más exigente y asegure el uso y aprovechamiento sostenible de estos espacios. Se potenciarán modelos y prácticas beneficiosas para el medio ambiente, mientras que las insostenibles y extractivas no tendrán cabida. Esta es la dinámica que llega de Europa. De materializarse y no caer bajo el imperio del ladrillo, la capital cántabra puede desarrollar un modelo para “conseguir una transformación orgánica hacia un sistema común más responsable con el medio natural y más resiliente, un sistema que se pueda beneficiar del cooperativismo, apoyándose así en la economía de escala para obtener más beneficios con menos esfuerzos”, se recomendaba en 'Santander, Hábitat Futuro'.

Los nuevos modelos de desarrollo han de tener en cuenta la economía local, la regeneración de los suelos, el aumento de la biodiversidad, la mejora de los ciclos naturales del agua, la protección del paisaje y el secuestro de carbono en el suelo, entre otros. Para ello, es recomendable apostar por un línea que combine la producción forestal y los cultivos y usos ganaderos, generando ecosistemas resistentes que trabajen unos con otros de forma similar a como lo hace la naturaleza. Perales, manzanos, vides, meses para el ganado y reses. Ese es el futuro, anclado en el pasado. Y en ello está Pedro.

15 Junio 2025, 08:15

Peugeot 3008 Hybrid: la potencia justa y etiqueta Eco

Disponible también en versiones eléctricas e híbrida enchufable, esta ‘mild hybrid’ de acceso a la gama, de 145 caballos, ofrece un desempeño correcto pero no va sobrada de fuerza

La tecnología de hibridación ligera está reportando grandes alegrías al consorcio europeo Stellantis en términos comerciales. El Peugeot 3008, uno de sus modelos más populares, puede beneficiarse especialmente de ella dado que los muchos clientes que aporta al mix del grupo valorarán con toda seguridad el ahorro de combustible que hace posible y, sobre todo, la etiqueta Eco a que da acceso.

Recordemos que el 3008 ya no se vende en versiones de combustión convencionales, sino únicamente electrificadas: la microhíbrida de 145 caballos de la que nos ocupamos hoy, una híbrida enchufable de 195 CV y 87 kilómetros de autonomía en modo cero emisiones y tres variantes eléctricas de 210, 230 y 320 CV, esta última equipada con dos motores y todas con alcance superior a 490 km.

Pues bien, por los mismos días en que conocíamos en Alemania los modelos Dual Motor (puedes leer aquí el artículo) hemos tenido ocasión de probar en casa el 3008 Hybrid, que es como se conoce comercialmente a la versión de hibridación suave de 48 voltios. Tal vez debido al abismo que media en general entre un vehículo eléctrico y otro de combustión -aunque mínimamente electrificado-, en este caso hemos experimentado una sensación agridulce al conducir ambos casi al mismo tiempo.

Comparado con el silencioso y muy veloz eléctrico de 320 CV, el mild hybrid se antoja de primeras un coche tosco, que incluso parece vibrar en exceso, y una vez en marcha se siente pesado y lento de respuesta. Sin duda sería injusto quedarse solo con esta impresión provocada por el contraste repentino -y por supuesto subjetivo- entre dos coches tan dispares, pero la dejamos anotada en la medida en que permanece, si bien matizada, en el tiempo.

Vista trasera y lateral del Peugeot 3008 en versión 'mild hybrid'.
Vista trasera y lateral del Peugeot 3008 en versión 'mild hybrid'.

Al 3008 Hybrid le sucede algo parecido a lo del Avenger con idéntica tecnología que describimos en este otro artículo. Si los 110 caballos parecen quedarse cortos para el benjamín de Jeep, los 145 del Peugeot producen un efecto parecido, sin duda porque los 1.650 kilos en orden de marcha del modelo francés se hacen notar, pero creemos que sobre todo por culpa de otro factor.

Nos referimos a la elección de los modos de conducción, tal vez acertada para un usuario francés pero no tanto para quien habita un país como el nuestro. En modo Eco, el coche es sencillamente tardo de respuesta, por lo que cuesta imaginar unas circunstancias donde merecería la pena usarlo. En el programa Normal, la cosa mejora pero tampoco hasta el punto de que el modelo pueda ser calificado de brioso o ágil. En cualquier caso, es más utilizable que el del Avenger.

Por último, el modo Sport, que era el más idóneo para moverse en el Jeep, proporciona aquí el empuje que se espera de un modelo dinámico como acostumbran a serlo los de Peugeot. No es necesario emplearlo todo el tiempo, pero sí seguramente en tramos de curvas o cuando pretendamos adelantar a otros coches con rapidez y seguridad.

Mención de la variante microhíbrida en el portón del coche.
Mención de la variante microhíbrida en el portón del coche.

El 3008 Hybrid invierte más de 10 segundos en alcanzar los 100 km/h saliendo desde parado, lo cual habla a las claras de lo que estamos comentando. La ligera sensación de pesadez -valga el juego de palabras- es más evidente en las arrancadas y a baja velocidad, y se diluye en cuanto el coche cobra velocidad, de tal modo que en autovía o autopista no hay problema alguno en mantener los 120 km/h por mucho que sea el desnivel, dicho sea para evitar malentendidos.

Si bien el nuevo 3008 es algo más confortable de suspensión que el modelo al que sustituye, sigue contando con ese punto de firmeza que gusta a los conductores que se precian de tales y no se limitan a trasladarse de un lado a otro. En todo caso, las virtudes dinámicas de este modelo en concreto pasan más inadvertidas en la versión mild hybrid, por no ir sobrada de fuerza, que en otras más prestacionales, como cualquiera de las tres eléctricas.

Consumo y terminación

Lo mejor del sistema de hibridación ligera de Stellantis es que permite un notable protagonismo del motor eléctrico a bajas velocidades, por ejemplo en ciudad, gracias a que se halla integrado en la transmisión. Como resultado de ello, los consumos se acercan bastante a los de un diésel equiparable de hace unos años; en el caso de nuestro Peugeot, bordean los 6 litros/100 km de media, buen registro para un vehículo que mide 4,54 metros de longitud, roza los 1,9 m de ancho y -como señalábamos antes- es relativamente pesado.

El vistoso puesto de conducción del SUV de Peugeot.
El vistoso puesto de conducción del SUV de Peugeot.

Cuanto más conducimos el 3008 en cualquiera de sus configuraciones, más nos convence el trabajo realizado por los diseñadores en el interior. Aunque a uno no le haga especial gracia el llamado i-Cockpit, lo cierto es que en esta nueva generación resulta muy vistoso con la doble pantalla curvada recorriendo la parte superior el puesto de conducción, que en el acabado GT que hemos probado es de 21 pulgadas y no presenta separación en el centro.

Nos agrada de manera particular el recubrimiento en tela gris de salpicadero, consola e interior de puertas, que otorga calidez y finura al habitáculo. También merece un elogio el sistema multimedia, seguramente el mejor que ha ofrecido nunca Peugeot: responde muy rápido y de forma al toque con los dedos y presenta unos menús que, aunque semejantes a los de otros modelos de la marca, están mejor ordenados. 

El Peugeot 3008 Hybrid está a la venta desde 34.000 euros en acabado Allure y desde 38.160 euros en el más completo y deportivo GT.

15 Junio 2025, 08:15

Gonzalina, Manuela y Patricia vencieron la incomunicación y levantaron una chacinera artesanal en un pajar

Tres mujeres asturianas han impulsado la fábrica de embutido Pico de Fiel, que les permite vivir desde el pueblo y darle vida a partes iguales

Cuatro cafeteras reposan detrás de la cocina de leña en Casa Leira. Cuatro cafeteras que se ponen al fuego varias veces al día. Son las que maneja a diario Gonzalina Fernández, una de las impulsoras del proyecto Pico de Fiel, una chacinera artesanal nacida en una aldea asturiana, en Sampol, en el municipio de Boal, en un lugar al que cuesta llegar y desde el que tres mujeres han hecho famoso el que era su embutido tradicional, el de casa, el de toda la vida. Ellas han logrado con su ilusión, con sus ganas y con su buen hacer, romper con todas las barreras que las pésimas comunicaciones les imponen. No hay caleya en Asturias que sea capaz de cortarle el paso al embutido de estas muyeres, y es que sus productos, todos ellos, te vuelven a llevar a casa. Ese sabor que todos quieren, incluso si viven en un cuarto piso de una ciudad como Castellón, donde tienen clientes fijos.

Gonzalina, su nuera Manuela y su hija Patricia son las impulsoras de este proyecto, en el que toda la familia se involucró, dejando de lado otras profesiones y otros medios de vida que les asfixiaban, que no les dejaban vivir.

Recuerda Manuela los años en Gijón, cuando se pasaba la semana pensando en que llegase el viernes para poder volver a casa. “Aún tengo el recuerdo de una pareja que vino a la inmobiliaria con toda la ilusión a comprar un piso, firmaron una hipoteca por treinta años, un piso de 85 metros cuadrados que les costaba 225.000 euros, tuvieron que avalarles los padres… aquello no era para mí”. Ella, que nació en As Candaosas, un pueblín de Villayón donde se crio con sus padres y sus hermanos, y que está a unos kilómetros de Sampol; ella que salió y se formó (estudió técnico de laboratorio), pero que siempre supo que su sitio no era la ciudad. Y en Sampol se enamoró de Santi, hijo de Gonzalina, hermano de Patricia y padre de su hijo Enol, que crece feliz de una forma muy parecida a la que creció su madre: libre, rodeado de su familia y en contacto con la naturaleza. “Desde que eras pequeña ayudabas en casa, con mi madre aprendí a hacer los embutidos; los hombres se encargaban de matar a los cerdos y despiezarlos y luego, las mujeres hacíamos el resto, preparábamos las carnes, lavábamos las tripas y preparábamos el adobo y los embutidos”.

Ahora, todas ellas comparten mucho más que una tradición familiar, algo más que una empresa: un proyecto de vida en el pueblo con visión de presente y de futuro. Sin aires de grandeza, sin aspiraciones de hacerse ricas, para estas tres mujeres el lujo es vivir tranquilas y como ellas quieren; el lujo es levantarse por la mañana tomar el café de Gonzalina, repartir tarea y haber llegado al punto de no necesitar buscar clientes porque ya los tienen. Poder vivir y cuidar de sus hijos, organizarse para coger unos días de vacaciones o ir a un médico; en definitiva, vivir desde el pueblo y darle vida a partes iguales. Dice Gonzalina, detrás de su mandil de cocinera y de su amplia sonrisa, que ella nunca barajó que el negocio pudiera ir mal. “Las cosas hay que lucharlas”, concreta, mientras prepara el desayuno para todos los trabajadores de la fábrica, seis en total. Hoy, sobre la mesa, hay empanada, bollo de chorizo, rapa y se fríen filetes con patatas. En casa Leira nadie pasa hambre y la cocina es un continuo pasar de gente. “A veces también hay ensaladas”, apunta con gracia su hija Patricia.

Manuela, Gonzalina y Patricia, en la cocina de Casa Leira
Manuela, Gonzalina y Patricia, en la cocina de Casa Leira

Gonzalina había hecho un curso de elaboración de queso en la cooperativa Lensaca, acrónimo de los nombres de los pueblos Leindeiglesia, Sampol y Castrillón. “Lo organizaba la Unión de Cooperativas Agrarias del Principado, aprendimos a hacer el queso y nos animaban a emprender. Yo quería hacer algo, pero no queso. En esta casa, como en la de Manuela, toda la vida se hizo embutido y matanza, y ahí sí me veía, así que la idea aquella que era como una ilusión empezó a tomar forma”. Fue un proceso natural, una idea que empezó a rondarle la cabeza y que compartió en la misma cocina donde ahora se charla por la mañana con ese primer café.

Ahí, en la cocina de Casa Leira, se pulsa la vida, se habla de política, del tiempo o no se habla de nada, pero lo importante es que esa cocina siempre está abierta y desde ella se construye todo lo demás. Gonzalina puso la idea sobre la mesa y contó con el apoyo de todos los demás. ¿Por qué no? Su hija Patricia, que estaba agotada de la hostelería, también se sumó al carro y entre todos, con el apoyo también de Pepe y Santiago, comenzaron a pensar en cómo levantar una chacinera en Sampol. “Hicimos un plan de empresa y de mercado, nos fuimos asesorando, fuimos a ver otras fábricas del sector y convertimos el pajar de casa en una chacinera, en nuestra fábrica de embutidos”, explica Patricia.

El 8 de enero de 2008 el pajar de Casa Leira abrió sus puertas por primera vez convertido en Pico de Fiel, un nombre que no fue elegido al azar, es el nombre de unas de las fincas familiares y es también el pico que se levanta en medio del río Navia, y que obliga al cauce a dibujar un precioso meandro, encajonando el agua por un paso tan estrecho como precioso. Con las emociones a flor de piel llegaba la hora de ver cómo respondía la gente y es ahí donde el refranero español falló. “Nosotras sí fuimos profetas en nuestra tierra, los primeros clientes eran todo gente de la zona, que buscaban embutidos como los de casa. Ahora ya no se hacen casi matanzas y la gente valora mucho poder comer lo de siempre”, apostilla Patricia.

Morcilla, chorizo, lomo, botelo, chosco, androlla, panceta, costilla, salchichón, solomillo embuchado y salados; son todos y cada uno de los productos que elaboran estas mujeres en su fábrica. A las nueve y cuarto de la mañana de lunes a viernes el equipo se pone en marcha, los días pasan tranquilos, elaborando los embutidos. Patricia es más solitaria, le gusta ir a su bola con sus cascos puestos, y mientras va envasando al vacío escucha la radio o un audiolibro. Una vez que termina la jornada tiene tiempo para su hijo, algo impensable en aquellas jornadas eternas en la hostelería que tan poco entendían de descanso los fines de semana ni de maternidad.

Gonzalina está ya jubilada, y no pasa por el obrador, pero se dedica a cuidar de todos, como buena matriarca. Cocina cada día, hace el café, y mira con media sonrisa a los suyos, agradecida por el apoyo que le brindaron desde el primer día, cuando propuso en serio hacer una fábrica de embutido artesanal en Sampol. “Todo el mundo nos echaba para atrás, pero nosotros nos empeñamos y confiamos. Y aquí seguimos, felices, no podemos decir otra cosa”, y al tiempo va rellenando de café las cafeteras para servir otro turno. Ese olor a café es el olor de la vida en Casa Leira.

Por la izquierda; Manuela, Gonzalina y Patricia
Por la izquierda; Manuela, Gonzalina y Patricia

En los inicios ellos mismos criaban los cerdos y mataban dos cada quince días, ahora siete todas las semanas. Pero no se han movido ni un ápice de las formas en las que aprendieron a hacer el embutido en sus casas, siguen pelando los ajos a mano, echando pan a la morcilla y mantienen las proporciones de cuando ellas mismas eran aprendices del oficio. “Aplicamos lo mismo que vimos toda la vida y sabemos que a la gente le gusta que así sea. Antes se mataban cerdos en todas las casas, ahora prácticamente en ninguna”, explica Manuela.

Es jueves y hoy toca embutir 75 kilos de morcillas y colocar el salado. La monotonía no existe en Pico de Fiel, y eso hace también mucho más llevadero el trabajo; eso y que estas tres mujeres están unidas por un proyecto de vida y por el cariño de formar parte de una familia que disfruta trabajando junta, creciendo junta y celebrando junta. “Trabajamos aquí y las celebraciones se hacen aquí, si una no tiene un buen día sale un poco a fuera a tomar el aire”, explica Gonzalina, y Manuela y Patricia sonríen asintiendo.

Andan las cafeteras echando humo por detrás. Suenan dos coches. Uno es un cliente que viene a buscar productos, otro un servicio de paquetería. El pueblo de Sampol tendría mucha menos vida de no ser por este negocio, quizás estuviese casi en silencio, pero Pico de Fiel le ha dado una prórroga a la vida rural, necesaria e ilusionante. No buscan clientes, pero atienden a los que llegan, a todos ellos, y lo hacen en su fábrica y en los mercados de Boal, Tapia de Casariego, Granda de Salime, Santalla, A Caridá, Luarca, Piedras Blancas, Vegadeo y Las Vegas.

Viven donde han elegido y se dedican a lo que aman. Otros aspiran a ser ricas, ellas ya lo son. Gonzalina tuvo una idea y fue su familia la que le animó a hacerla realidad, allí, en su pueblo, en su casa, debajo de la cocina en la que lleva toda una vida cuidando de su familia y celebrando. Y se retira un momento a apagar el café, que ha vuelto a subir y a llenarlo todo de su olor inconfundible: a Casa Leira.

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