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Arrastrado por el mar - A diferencia de otros restos marinos encontrados en el interior peninsular, este fósil no presenta signos de comercio o transporte sistemático, lo que lo convierte en un hallazgo excepcional
La pieza más singular del megalitismo ibérico llegó en barca desde el otro lado del Guadalquivir hace 5.000 años
El cauce del Guadalquivir era mucho más ancho hace cinco mil años. La actividad fluvial alcanzaba zonas que hoy parecen impensables, y las crecidas podían extenderse hasta varios kilómetros tierra adentro. En los periodos más activos, las aguas marinas entraban con fuerza por el estuario y se mezclaban con las dulces a la altura de lo que hoy es Sevilla, generando un paisaje fluvial más próximo al de una desembocadura que al de un río interior.
Esa interacción entre mareas y corrientes abría una vía natural para que restos marinos llegaran a tierras lejanas del litoral, como en el caso del objeto hallado en Valencina de la Concepción durante unas excavaciones arqueológicas en 2018.
Un diente de cachalote en perfecto estado que viajó sin su dueño hasta el interior
La intervención se realizó en el solar del antiguo instituto Las Encinas, donde se proyectaba levantar una biblioteca pública. En pleno movimiento de tierras, apareció un hoyo con materiales variados que llamó la atención de los arqueólogos. Entre los fragmentos cerámicos, los restos óseos animales y algunas herramientas líticas, destacaba una pieza que nadie esperaba encontrar en ese contexto: un diente de cachalote.
El hallazgo fue analizado por un equipo multidisciplinar liderado por investigadores del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla, junto a especialistas del Instituto Español de Oceanografía y otras instituciones nacionales e internacionales. Como señalan en el artículo publicado recientemente en la revista PLOS One, el ejemplar corresponde a “la mitad superior de un diente de cachalote aislado e incompleto, en un buen estado de conservación”.

El estudio detalla que el diente, con una longitud de 13,2 centímetros y un peso de 414 gramos, pertenece a un individuo adulto de Physeter macrocephalus, y que muestra huellas de bioerosión compatibles con una estancia prolongada en un entorno marino. Según explican los investigadores, su llegada a tierra firme se habría producido por acción de corrientes o mareas, una vez separado del cuerpo del animal.
Las marcas en la pieza indican que fue manipulada con herramientas prehistóricas
A diferencia de otros materiales marinos hallados en yacimientos del interior peninsular, este fósil no presenta señales de transporte masivo ni de comercio sistemático. Su singularidad radica en el hecho de haber sido hallado en una fosa no funeraria, sin restos humanos asociados y con evidencias claras de manipulación humana.
El análisis microscópico reveló marcas lineales compatibles con herramientas líticas, probablemente usadas para fragmentar o adaptar la pieza. Como se recoge en el estudio, estas incisiones “indican la inserción de varias herramientas del mismo tipo con el fin de debilitar el área y generar una línea de fractura”. El desprendimiento de una escama en un extremo sugiere una fractura controlada, lo que refuerza la idea de una intervención intencionada.
Además del valor material, el contexto refuerza su función ritual. La pieza fue depositada cuidadosamente en la parte superior del hoyo, lo que apunta a una práctica de ofrenda estructurada. Este tipo de acciones, frecuentes en la Edad del Cobre, implicaban el enterramiento deliberado de objetos valiosos como forma de ceremonia o vínculo simbólico con fuerzas de la naturaleza, la memoria colectiva o el poder social.

El equipo investigador, en su análisis del valor simbólico del hallazgo, indica que la pieza llegó a la comunidad “como un producto exótico, como lo hicieron otras materias primas de gran valor como el sílex, el marfil, el cristal de roca, el cinabrio o el ámbar”. La comparación con otros hallazgos similares en Europa solo refuerza su rareza, ya que el único ejemplo de cronología y características cercanas fue documentado en Cerdeña.
Valencina sigue revelando cómo pensaban y vivían las comunidades del III milenio a. C.
Por su localización, el megasitio calcolítico de Valencina y Castilleja de Guzmán se ha convertido en uno de los yacimientos más estudiados de la Península Ibérica. Ocupa unas 450 hectáreas y concentra un volumen importante de restos constructivos y materiales de uso ceremonial, doméstico y funerario. La pieza hallada en el sector Nueva Biblioteca permite ampliar la perspectiva sobre los vínculos de esta sociedad con su entorno más lejano.
La información derivada del análisis del diente no solo aporta datos sobre la circulación de materias primas o sobre los rituales practicados, sino que también muestra cómo el mar podía formar parte del pensamiento simbólico de comunidades situadas a varios días de distancia de la costa. Según se recoge en el estudio, “el hallazgo de esta pieza subraya la presencia del mar en el imaginario de las comunidades que habitaron o frecuentaron Valencina durante el III milenio a. C.”
Este fósil, al quedar enterrado como parte de una estructura organizada, deja constancia del valor que estas comunidades atribuían a ciertos objetos excepcionales. Su tratamiento, conservación y disposición no parecen casuales, sino el resultado de una lógica que daba sentido a su presencia en ese espacio y en ese momento.