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Sufrimiento - La trucha arcoíris, una de las especies más explotadas, puede sufrir hasta 21 minutos antes de perder la conciencia si se la deja morir al aire, una técnica común que implica agonía constante sin necesidad de aplicar ningún sistema especializado
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Los menús no muestran cómo se mata. Tampoco los envases. Las bandejas de pescado no incluyen imágenes de agitación ni cifras de mortalidad. En las cocinas, en los restaurantes y en los supermercados, el dolor animal es un tema que ni se menciona. La percepción general ante lo que llega al plato excluye el proceso que lo ha hecho posible, especialmente cuando no implica sangre visible o sonidos que incomoden. En ese hueco de indiferencia se sostiene buena parte del sistema alimentario actual, que relega la cuestión del sufrimiento animal a un plano inexistente, especialmente en lo que respecta a los peces de cría.
Esa desconexión se refleja en los métodos de sacrificio utilizados en piscifactorías. Según la investigación publicada en Scientific Reports por un equipo liderado por Cynthia Schuck-Paim del Welfare Footprint Institute, los peces mueren en procedimientos que generan un dolor extremo y prolongado.
Los métodos más extendidos implican una agonía prolongada y evitable
La forma más habitual de sacrificio sigue siendo sacar al animal del agua y dejarlo morir por falta de oxígeno, una práctica que no requiere tecnología ni inversión adicional. En el caso de las truchas arcoíris, una de las especies más explotadas en acuicultura, se documentaron periodos de entre 1,9 y 21,7 minutos de sufrimiento intenso antes de perder la conciencia si se las deja asfixiar al aire. El tiempo medio registrado en ese proceso fue de 10 minutos, una duración en la que el animal permanece consciente en estados dolorosos, incapaz de escapar.
El estudio dividió ese proceso en cuatro fases: exposición al aire, asfixia, agotamiento metabólico y reducción de la actividad cerebral. En cada una de ellas se registran reacciones fisiológicas que evidencian malestar físico y emocional, como aumento del cortisol, espasmos musculares o desajustes del pH en sangre. Tan solo cinco segundos después de salir del agua, el pez activa una respuesta neuroquímica que en humanos se asocia con emociones negativas como la ansiedad o el pánico.

Los resultados indican que el impacto no solo es amplio en duración, sino también en intensidad. Tal como explican los autores en el artículo original, “cuando se estandariza por el peso del pez, esto corresponde a una media de 24 minutos de dolor por cada kilogramo de producción”. En algunos casos, ese valor se duplicó, superando una hora de malestar severo. En algunos casos, ese valor superó los 60 minutos de malestar grave por kilo.
Esa estimación, basada en el Welfare Footprint Framework, introduce una metodología nueva para calcular el sufrimiento animal. La herramienta permite asociar estados negativos —como angustia, pánico o dolor físico— a una duración concreta, lo que permite compararlos con más claridad. Su aplicación a la piscicultura ha puesto cifras concretas a lo que hasta ahora solo se intuía.
La industria prioriza la rentabilidad frente a la reducción del sufrimiento animal
La elección del método de sacrificio no depende exclusivamente del conocimiento científico. Buena parte de la industria continúa utilizando técnicas rudimentarias porque resultan más baratas. Según los datos incluidos en el estudio, el aturdimiento eléctrico podría evitar hasta 20 horas de dolor por cada dólar invertido en tecnología. A pesar de eso, muchos productores lo descartan por el coste inicial o la falta de regulación que los obligue a adoptarlo. Ese método, si se aplica correctamente, puede dejar al pez inconsciente en menos de un segundo.
El problema se agrava en ausencia de supervisión legal. En varios países europeos y también en Estados Unidos, la normativa sobre bienestar animal durante el sacrificio no incluye a los peces o solo lo hace de forma superficial. Eso permite que métodos como la asfixia o el enfriamiento en hielo sigan considerándose aceptables, pese a las consecuencias que implican.

En esa línea, el texto advierte que “el impacto del bienestar y la eficacia de cualquier método de aturdimiento también depende críticamente del proceso de captura, viéndose afectado por factores de estrés acumulados antes del sacrificio”. La suma de manipulación, hacinamiento y tiempo sin agua influye directamente en la experiencia de sufrimiento.
Las implicaciones del estudio no se limitan al ámbito científico. Al visibilizar cómo mueren millones de peces de cultivo cada día, se introduce una cuestión ética que afecta tanto a los productores como a quienes compran y consumen esos productos. A diferencia de lo que ocurre con mamíferos y aves, en el caso del pescado el debate sobre bienestar animal apenas se ha planteadoa pesar de que el impacto acumulado es gigantesco: se calcula que cada año se sacrifican entre 1 y 2 billones de peces en todo el mundo.
Ponerlo sobre la mesa requiere admitir que los peces también sienten dolor y que ese dolor se puede reducir si se actúa. El artículo subraya esa idea con una frase clara: “Nuestros hallazgos ofrecen las primeras estimaciones cuantitativas del dolor durante el sacrificio de peces, mostrando el alcance del bienestar que se podría mejorar mediante métodos efectivos de aturdimiento”.