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Una vida de sufrimiento -
Dentro del universo de Frida Kahlo, la militante comunista que convirtió la adversidad en arte
Una cama de hospital en mitad de una galería. Invitados cruzando la sala mientras una mujer recostada entre almohadas los saluda con la misma frialdad con la que mira a los médicos. Frida Kahlo acudió a su primera exposición individual en México en camilla, rodeada de yeso, tubos y morfina. Fue en 1953.
Aquella escena dejó claro que su cuerpo estaba tan presente en su obra como en su vida pública, convertido en un testimonio vivo de resistencia. Quedaba un año para su muerte y cada parte de su cuerpo ya llevaba demasiadas operaciones a cuestas.
El dolor no fue un episodio aislado en su vida. Lo arrastró desde la infancia, cuando la poliomielitis le dejó una pierna atrofiada y una cojera permanente. A los dieciocho, un tranvía embistió el autobús en el que iba. Un pasamanos metálico le atravesó la pelvis y, según contaría más tarde, entró en ella “como una espada en un toro”. Lo dijo en una entrevista recogida por el diario El Universal.
El accidente que truncó su carrera médica dio origen a una forma de arte profundamente íntima
La columna quedó fracturada en tres zonas, la clavícula se rompió, el hombro derecho se dislocó y la pierna derecha se hizo añicos. Las lesiones fueron tan graves que los médicos no pensaban que pudiera sobrevivir; cada órgano afectado supuso una amenaza concreta a su vida. Permaneció un mes en el hospital y varios más inmovilizada, cubierta por un corsé de yeso desde el pecho hasta la cadera.
Aquel accidente truncó su sueño de ser médica. Fue en ese periodo de convalecencia cuando empezó a pintar, con la ayuda de un espejo colocado sobre la cama. Se retrató a sí misma con el cuerpo vendado, las entrañas abiertas y los clavos incrustados en la piel. El lienzo fue su manera de mostrar lo que no podía explicar. Nunca representó la escena del choque, pero transformó cada dolor posterior en imágenes.

La pintura La columna rota de 1944, conservada en la colección Dolores Olmedo en Ciudad de México, representa su espalda como una estructura agrietada, sustituida por una columna jónica a punto de derrumbarse. En ella, como en casi todos sus cuadros, aparece de frente, erguida, atravesada por clavos, con la mirada firme. El corsé que la sostiene, igual que el paisaje árido de fondo, refuerza esa tensión entre fragilidad y resistencia constante que marcó su existencia.
El deterioro físico avanzó con los años. Las operaciones se sucedieron. Algunas llegaron a fracturarle de nuevo la columna para intentar recolocarla. En 1946 le fusionaron vértebras y colocaron una barra metálica en la espalda. Ese mismo año pintó Árbol de la esperanza, donde se retrata doble: una Frida desnuda, con heridas abiertas, y otra sentada, vestida con ropa tradicional, sujetando un corsé quirúrgico. El cartel que sostiene en la mano dice: “Árbol de la esperanza, mantente firme”. El contraste entre ambas versiones de sí misma resume su forma de afrontar el sufrimiento, siempre dispuesta a reivindicar tanto su cuerpo herido como su dignidad personal.
En su diario, tal como recoge la biografía escrita por Hayden Herrera, Frida escribió: “Soy la desintegración”. Acababan de amputarle la pierna derecha por complicaciones derivadas de una gangrena. Esa pérdida se sumó al dolor constante de su columna, a la dependencia de la morfina y al deterioro de su salud mental. En palabras de Herrera, “el dolor era su única compañía constante”. La amputación no solo alteró su movilidad, sino que golpeó de lleno su identidad física, ya castigada por años de operaciones fallidas.
La imposibilidad de ser madre se convirtió en uno de los grandes vacíos de su vida adulta
Además del sufrimiento físico, la imposibilidad de tener hijos marcó sus años de madurez. A raíz del accidente, cada embarazo se convirtió en una amenaza para su vida. Pese a eso, lo intentó varias veces. En Henry Ford Hospital representa su cuerpo ensangrentado, tendido en una cama, rodeado por un feto, un útero y objetos quirúrgicos unidos por cordones umbilicales. La obra refleja, sin metáforas, su duelo tras una pérdida gestacional en Detroit. Ese cuadro, uno de los más crudos de su producción, expresa con exactitud la soledad y el vacío que le provocó perder ese hijo que deseaba tener.

Las relaciones personales tampoco fueron un refugio. Su matrimonio con Diego Rivera estuvo atravesado por infidelidades, celos y rupturas. La traición que más la marcó fue la de su propia hermana Cristina. De aquel golpe emocional nació Recuerdo en 1937, donde se muestra con una gran herida en el pecho y el corazón sangrando sobre el suelo.
En otra pintura, Autorretrato con el pelo corto, se representa con un traje masculino y el cabello cortado, sujetando unas tijeras como símbolo del final del vínculo con Rivera. Ese cambio de imagen no fue solo simbólico; representó también una forma de asumir el control sobre su cuerpo tras años de dependencia emocional.
Frida Kahlo murió el 13 de julio de 1954. Tenía 47 años. Su cuerpo fue velado en el Palacio de Bellas Artes, con una hoz y un martillo sobre el féretro. Hasta el último momento, usó su cuerpo para dejar constancia de lo vivido. El dolor, lejos de paralizarla, fue el lenguaje que eligió para contar su historia. Cada obra dejó constancia de una herida concreta, de una operación, de una ausencia, de una frustración. Pintó lo que dolía, porque era lo que le quedaba.