![Identificación fotográfica] Identificación fotográfica]](https://wanted.love/uploads/news-logo/2025/06/18/3379/big-0f42b331a2.jpg)
Normas estrictas - El árbitro del torneo exigió por megafonía que las socorristas abandonaran el anillo, ya que la tradición impide la presencia femenina en ese espacio, considerado sagrado según los preceptos del deporte japonés
El turismo en Japón cae por culpa de un manga que anuncia un terremoto para este verano
El alcalde se desplomó con el micrófono en la mano, en mitad del cuadrilátero elevado, sin haber terminado su intervención. El silencio fue inmediato. Tres mujeres cruzaron el borde sin dudar, mientras otros asistentes apenas alcanzaban a reaccionar. Una de ellas se arrodilló y empezó a practicar maniobras de reanimación. El resto intentaba despejar el espacio, apartando a quienes se agolpaban. La escena ocurrió sobre el dohyō, la plataforma sagrada del sumo japonés.
La intervención se produjo en un gimnasio de la ciudad de Maizuru, en la prefectura de Kioto, donde se celebraba una exhibición oficial. Ryozo Tatami, alcalde de la ciudad y con 66 años, colapsó frente al público mientras ofrecía un discurso de apertura. Las mujeres que acudieron a socorrerle fueron interrumpidas por los avisos del árbitro principal del torneo, que exigía por megafonía que abandonaran el círculo. Las normas del sumo prohíben la entrada de mujeres al dohyō, al considerarlas contrarias a la pureza del recinto ritual.
Las imágenes del suceso, recogidas en vídeo por medios locales, mostraban cómo al menos dos de las socorristas comenzaron a retirarse al escuchar la instrucción del juez, aunque regresaron segundos después al ver que el estado del alcalde no mejoraba. Pese a los impedimentos oficiales, ignoraron las órdenes por megafonía y retomaron la atención médica sin apartarse.
Según confirmaron las autoridades municipales, Tatami sufrió una hemorragia subaracnoidea y fue trasladado al hospital, donde quedó estabilizado. El incidente generó críticas inmediatas en redes sociales y medios de comunicación. Numerosos usuarios denunciaron que se antepusiera una norma ceremonial a una emergencia médica evidente.
La exclusión femenina en el sumo sigue siendo un punto de fricción con la sociedad japonesa actual
Uno de los aspectos más comentados fue que, tras la retirada de las mujeres, algunos testigos presenciaron cómo se arrojaba sal al dohyō, como parte del ritual de purificación que precede cada combate. En redes, el gesto fue interpretado como una respuesta al acceso de las mujeres. Una usuaria japonesa expresó en su cuenta de X: “Qué grosería lanzar sal para limpiar el anillo después de que hayan entrado mujeres”.
El presidente de la Asociación Japonesa de Sumo, Nobuyoshi Hakkaku, ofreció una disculpa pública por lo ocurrido. En un comunicado recogido por la prensa nacional, el dirigente afirmó que el protocolo seguido no fue el adecuado dadas las circunstancias, y apuntó que “el anuncio fue realizado por un árbitro que se encontraba alterado, pero fue un acto inapropiado en una situación que implicaba la vida de una persona”.

No era la primera vez que la presencia de mujeres en la arena de combate desataba polémica en Japón. En el año 2000, la entonces gobernadora de Osaka, Fusae Ota, solicitó a la asociación de sumo poder entregar el trofeo al ganador del torneo desde el centro del dohyō. La petición fue rechazada de forma reiterada. Finalmente, tuvo que realizar la entrega desde una pasarela situada fuera del área de combate, al igual que haría en años posteriores.
Las normas que regulan el sumo tradicional están firmemente ligadas a ritos sintoístas, y el dohyō es considerado un espacio ritual exclusivo. Pese a las presiones sociales y los debates sobre la necesidad de revisar ciertas restricciones, la asociación se ha mantenido firme en su postura sobre la exclusión de mujeres del círculo. Según el reglamento vigente, no pueden participar en torneos ni ceremonias oficiales, ni siquiera acceder al área de competición.
El suceso en Maizuru volvió a dejar al descubierto la tensión entre la tradición del sumo y las exigencias sociales de una mayor equidad, una contradicción que persiste incluso cuando lo que está en juego es la vida de una persona.