![Identificación fotográfica] Identificación fotográfica]](https://wanted.love/uploads/news-logo/2025/06/12/2690/big-373d371ab4.jpg)
En cierto sentido, la utopía vegetariana es tan antigua como el Génesis bíblico; la principal diferencia de la época moderna es la influencia sin precedentes de la ficción comercial y sus arquetipos
Como ya apuntaba en el siglo XVIII el filósofo y pionero exobiólogo Immanuel Kant, los alienígenas nos sirven como un otro imaginario con el que compararnos, un espejo galáctico que nos ayuda a esclarecer lo humano. La ciencia ficción moderna, en sus mejores momentos, expande los límites de la imaginación para comprender lo que tenemos ante nuestras narices. Imaginar una civilización de seres extraterrestres nos ayuda a imaginarnos mejores a nosotros mismos, pero también, en el proceso, a percibir algunos de nuestros ángulos ciegos y contradicciones como individuos y sociedades.
Una de las contradicciones más flagrantes en nuestro tratamiento imaginal de los alienígenas es que, hasta en sus versiones más humanoides, forman parte de otra especie y, sin embargo, por ser extraterráqueos, les ofrecemos (queremos pensar que les ofreceríamos) algo mejor que lo que ofrecemos a la mayor parte de las especies terrícolas, incluso las más inteligentes. Los pollos, por ejemplo, superan hoy en número a los humanos, pero concebirlos como vida no inteligente nos ayuda a sobrellevar su aniquilación a una ratio de más de 200 millones al día. Enviamos al matadero cada año a decenas de miles de millones de mamíferos y aves y capturamos más de un billón de peces, actividades cuya escala desmesurada contribuye al declive del resto de la fauna marina y terrestre. Por si fuera poco, nos da por ir a la naturaleza a cazar aún más mamíferos, aves, peces y hasta anfibios, reptiles e invertebrados, y a veces lo llamamos ocio.
La pregunta es ineludible: si a la vida inteligente del planeta le reservamos este destino, ¿por qué tendríamos que ver el descubrimiento de “vida inteligente” en otro planeta como algo más que la ocasión de nuevas carnes para la barbacoa? Dados su historial y actividades, ¿qué hace al ser humano digno de ganarse su confianza, siquiera de pedirla? ¿Los respetaríamos si fueran estrictamente humanoides –la “copia barata” de mucha ciencia ficción–, sabiendo que los humanos somos también la principal amenaza para las poblaciones de nuestros parientes evolutivos más cercanos?
Esta sombría línea de reflexión sobre el lugar cósmico de la humanidad tiene su reverso positivo en el terreno de la ciencia ficción utópica. Pues, si los extraterrestres o los humanos del futuro fueran mejores que nosotros, como muchos prefieren creer, ¿por qué querrían matar a otros seres sintientes teniendo la opción de no hacerlo? Es una pregunta que acompaña a la ciencia ficción desde sus inicios. Aquel corto de 2021 con ‘Luna Lovegood' como marciana vegana es solo un ejemplo reciente de las utopías plant-based (serias o paródicas) de la ficción especulativa moderna, con ejemplos tempranos en Un viaje a Venus de John Munro (1897), La máquina del tiempo de H. G. Wells (1895) o Vril, el poder de la raza venidera, de Edward Bulwer-Lytton (1871). Si tienen razón quienes lo consideran la primera novela de ciencia ficción, podríamos aún remontarnos al “monstruo” herbívoro del Frankenstein (1818) de la defensora del vegetarianismo Mary Shelley.
Ciertas parábolas del género –como Soylent Green o el Omelas de Ursula K. Le Guin– se leen de otra manera con la ganadería industrial en mente, mal que le pesara a algunos de sus creadores; autoras contemporáneas como Lindsay Ellis hacen estas conexiones más explícitas. Incluso la popular franquicia Star Trek tiene su planeta de vegetarianos en Vulcano, cuyos habitantes optaron por conducirse por los senderos de la pura lógica (más algunas arcaicas tradiciones) y, casualidad, son vegetarianos. En origen, el vegetarianismo de vulcanianos como el Señor Spock pudo deberse a estereotipos de la época (en teoría, tampoco toman alcohol ni comen con las manos) o a inquietudes personales del creador de la serie, pero en el siglo XXI les oímos algunas citas contundentes: “Vosotros, humanos, decís ser ilustrados, pero aún consumís la carne de los animales” (T’Pol).
En cierto sentido, la utopía vegetariana es tan antigua como el Génesis bíblico; la principal diferencia de la época moderna es la influencia sin precedentes de la ficción comercial y sus arquetipos, que acarrea consecuencias inesperadas. Pues no solo la sociedad contemporánea se infiltra en la ficción especulativa, sino que la ficción especulativa se infiltra a su vez en la sociedad, más allá de las convenciones de fans de Star Trek. Un buen ejemplo es A Modern Utopia, una utopía pescetariana de H. G. Wells, enemigo por lo demás de los vegetarianos, que al parecer inspiró comunidades vegetarianas en la vida real. Más recientemente, la comunidad Fiat Lux del Bosque Negro, fundada por Erika Bertschinger, prohíbe el sexo y la carne a los devotos para contribuir a su purificación, en espera de ser evacuados de un apocalipsis inminente en ovnis enviados por Jesucristo... Varios best-sellers hay en juego.
En su examen de utopías de la ciencia ficción, Joshua Bulleid señala que, desde hace unas décadas, la utopía vegetariana, que se extiende desde los primeros balbuceos del género hasta su época dorada a mediados del siglo XX, viene siendo reemplazada por un neocarnismo romántico y primitivista, enamorado de supuestos modos de vida indígenas (desde la mirada blanca y a menudo con personajes no indígenas). En este y otros aspectos, la ciencia ficción toma el pulso a las sociedades de los siglos XX y XXI, como presagiara Kant, transparentando sus obsesiones y velando aquello (y aquellos) a lo(s) que no se quiere mirar.
Esta relación puede explicar también el enorme interés por las distopías en las últimas décadas: distopía y carnismo, y, en ocasiones –como el reciente Cadáver exquisito, de Agustina Bazterrica–, carnismo distópico. El problema es que, en términos de distopías, el impacto ecológico del actual sistema ganadero parece siempre superar a la ficción: la última pandemia de gripe surgida de las infernales granjas avícolas de los humanos, por ejemplo, ha dejado cientos de millones de animales salvajes y domésticos muertos en los cincos continentes y ya hace estragos en la Antártida, mientras los humanos (un poco de comic relief) se preocupan por la subida del precio de los huevos. La distopía ya la tenemos; es la utopía la que hemos relegado al pasado, olvidándonos de devolverla al futuro correspondiente.