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Campaña naval - Las costas británicas fueron vulnerables a una ofensiva naval sostenida que aprovechó la desorganización de la Royal Navy y la experiencia de marinos vascos y gallegos curtidos en la guerra marítima del Atlántico
La Fuente de la Juventud nunca existió, pero la historia decidió que uno de los conquistadores españoles más célebres la había buscado
A golpe de remo, las galeras castellanas entraban en el canal del Rey mientras el humo de las aldeas saqueadas se alzaba detrás de ellas. El Támesis no ofrecía resistencia. Las mareas no bastaban para frenar el avance de aquellas naves que ya habían arrasado Gravesend, el principal puerto del canal. Desde los barcos, los ballesteros tenían a la vista las primeras torres de Londres. Nadie esperaba ver emblemas de Castilla en el corazón fluvial de Inglaterra.
En aquel verano de 1380, Fernando Sánchez de Tovar lideraba una ofensiva conjunta con Francia tras años de ataques sobre el sur de Inglaterra. El objetivo no era nuevo. Ya en campañas anteriores, tanto él como el almirante francés Jean de Vienne habían incendiado ciudades costeras y asaltado fortalezas, aprovechando la fragilidad política inglesa tras las muertes de Eduardo III y del Príncipe Negro.
La operación más ambiciosa estaba en marcha y avanzaba sin apenas oposición, tras haber devastado Portsmouth, Hastings y Winchelsea. Con el rey Juan I en el trono castellano y la alianza con Francia consolidada por el Tratado de Toledo, la incursión en el Támesis buscaba completar un ciclo de ataques iniciado años atrás.
El exceso de botín frenó el avance sobre Londres y obligó a virar hacia mar abierto
Los saqueos en Gravesend no fueron un episodio aislado. Las naves castellanas capturaron mercancías, animales y armas en cantidades tan elevadas que fue necesario aligerar la carga para evitar que las galeras se hundieran antes de regresar al mar abierto. Esa situación inesperada cambió los planes de Sánchez de Tovar, que había planeado continuar el avance hasta Londres. En lugar de correr el riesgo de perder las naves en el canal, ordenó regresar con todo el botín disponible. La decisión evitó el asalto directo a la capital inglesa, pero consolidó el mensaje que Castilla llevaba tiempo lanzando.

La expedición fue el punto culminante de una ofensiva naval que llevaba más de un lustro sacudiendo las defensas británicas. Entre 1374 y 1377, las flotas castellanas y francesas habían saqueado más de un centenar de localidades costeras, desde Plymouth hasta Folkestone, aprovechando la decadencia del poder inglés. La falta de respuesta efectiva por parte de la Royal Navy favoreció un dominio temporal del canal de La Mancha por parte de Castilla. Sánchez de Tovar y Jean de Vienne supieron aprovechar la coyuntura para estirar al máximo la ofensiva, incluso tras la tregua firmada en Brujas en 1375.
Aquella operación fue posible por la evolución táctica de la flota castellana. La experiencia acumulada en décadas de guerras contra los musulmanes en el sur de la península se combinaba con el conocimiento de marinos vascos y gallegos, expertos en las aguas del Atlántico. A raíz de las dificultades sufridas en el Támesis, se decidió aumentar el bordo de las naos castellanas, lo que permitió mejorar tanto la capacidad de carga como el ángulo de tiro de los ballesteros y arcabuceros. Esa mejora técnica consolidó la supremacía naval castellana en los años siguientes.
Un episodio olvidado por la historiografía inglesa pero grabado en la memoria de Castill
El ataque a Londres no fue el primero contra Inglaterra, pero sí el que más impacto tuvo en la seguridad interior del reino. Según apuntó Juan I de Castilla al recordar la hazaña de su almirante, “hicieron guerra por la mar y entraron río Artemisa hasta cerca de Londres, do galeas enemigas nunca entraron”. La frase no pretendía exagerar el alcance de aquella acción, sino dejar constancia de un hecho que ha sido obviado en buena parte de la historiografía inglesa.

Los libros británicos tienden a recordar la derrota de la Armada de Felipe II en 1588 como el gran momento defensivo del país frente a un invasor extranjero. Sin embargo, siglos antes, Castilla ya había logrado penetrar hasta el mismo corazón de Inglaterra con una flota numerosa y armada. La expedición liderada por Sánchez de Tovar no fue una amenaza hipotética, sino una incursión real con consecuencias directas sobre la percepción de seguridad del reino inglés.
Tras aquella ofensiva, el almirante cambió de frente. Las tensiones con Portugal y la sucesión al trono tras la muerte de Enrique II forzaron su traslado al oeste. En 1384, mientras participaba en el sitio de Lisboa, la peste negra entró en el campamento castellano. Fernando murió a bordo de su capitana, y su cuerpo fue llevado a Sevilla, donde recibió sepultura en la Catedral. Con él se cerraba un ciclo de expansión naval que había llevado los pendones de Castilla hasta las mismas puertas de Londres.