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Frase célebre - Pese al empuje inicial del ejército de Farnaces, la experiencia de los veteranos permitió a los romanos recuperar el terreno perdido y convertir la resistencia en un contraataque que acabó con una huida caótica y numerosas bajas entre los pónticos
La brutal derrota en Hispania que rompió el orgullo romano y su calendario
La velocidad era su mejor aliada. En menos de una semana, todo un levantamiento armado desapareció del mapa sin que hiciera falta una segunda batalla. Apenas cinco días después de entrar en territorio enemigo, el conflicto había terminado y la resistencia se había disuelto sin dejar más rastro que los cuerpos desperdigados por la pendiente. Así terminó la ofensiva de Farnaces II contra Roma, con Julio César resumiéndolo todo en tres palabras: “Veni, vidi, vici”.
La ciudad de Zela, en el centro de Anatolia, era mucho más que un punto en los mapas. Situada sobre un promontorio natural que dominaba una extensa llanura agrícola, había sido codiciada por reyes persas, caudillos pónticos y generales romanos. Según escribió Estrabón, ya existía una fortaleza allí en tiempos de Semíramis, y su control garantizaba el acceso directo a Galacia, Capadocia y el corazón del antiguo reino del Ponto. Por eso Mitrídates VI la convirtió en uno de sus bastiones más importantes al comienzo de las guerras contra Roma.
Farnaces II quiso repetir la humillación sufrida por Roma décadas antes en el mismo lugar
La batalla más humillante para los romanos en aquella región se produjo en el año 67 a. C., cuando el comandante Triario intentó defender Zela sin esperar refuerzos. La derrota fue tal que los romanos evitaron documentarla con demasiados detalles. Décadas después, su hijo político, Farnaces II, quiso emular aquella hazaña. Lo hizo aprovechando el caos provocado por la guerra civil entre César y Pompeyo, cuando Asia Menor quedó sin protección militar efectiva.
Con los principales ejércitos enfrentados en Grecia y Egipto, el rey del Bósforo comenzó a recuperar territorios antiguos del Ponto con apenas resistencia. Según cuenta Dion Casio en su Historia Romana, esa ofensiva se activó al saber que “César y Pompeyo estaban en guerra”.
Farnaces ocupó zonas de Bitinia y llegó a conquistar Amisos, donde ejecutó a todos los ciudadanos romanos en edad militar y vendió a los jóvenes como esclavos eunucos. Aquello convirtió su avance en una guerra declarada contra Roma. La primera respuesta romana llegó de la mano de Cayo Domicio Calvino, que unió sus fuerzas a las del rey gálata Deiotaro. Ambos fueron derrotados por Farnaces en Nicópolis.
César intervino personalmente con una fuerza reducida pero veterana
Tras recibir esta noticia, César decidió intervenir personalmente. Venía de asegurar su posición en Egipto, donde había consolidado la autoridad de Cleopatra, y se encontraba en Siria cuando partió hacia Anatolia al frente de una fuerza ligera, encabezada por la Legión VI, que apenas contaba con mil hombres.

Deiotaro se unió con parte de sus tropas al contingente de César, y juntos avanzaron hacia el norte. El ejército incluía también restos de las legiones derrotadas en Nicópolis y un contingente capadocio. En total, no llegaban a igualar en número a las fuerzas de Farnaces, pero la experiencia de combate de los veteranos de la Legión VI sería determinante.
Farnaces trató de bloquear el paso del ejército romano fortificándose en una altura cerca de Zela. Eligió la misma colina desde la que su padre había vencido a Triario, justo frente al monumento que conmemoraba aquella batalla. Intentó ganar tiempo con negociaciones, pero César las utilizó para maniobrar. En lugar de subir a la posición enemiga, se adelantó por la noche hasta un punto intermedio y comenzó a fortificar su propio campamento.
El momento decisivo llegó cuando la Legión VI rompió la línea enemiga y desató la retirada
La mañana siguiente, mientras los romanos trabajaban en las defensas y los esclavos reunían haces de madera, el ejército póntico descendió desde su posición y, tras cruzar una zona baja del terreno, comenzó a ascender por la ladera hacia el nuevo campamento romano. Al principio, César pensó que se trataba de una simple demostración de fuerza. No reaccionó hasta que vio que las tropas enemigas comenzaban a ascender por la ladera.
En ese momento ordenó formar filas de inmediato, tal y como él mismo relata en el capítulo 75 de La guerra de Alejandría: “Conmovido César, o de su temeridad, o de su confianza, al verse sorprendido sin pensarlo, a un mismo tiempo llama a los soldados de las obras, mándales tomar las armas, oponer sus legiones y las ordena para la refriega”.

Farnaces lanzó entonces sus carros falcados. Aunque estos artefactos podían causar estragos en campo abierto, al subir por la pendiente perdieron efectividad. Los legionarios, dispersos pero experimentados, resistieron el impacto inicial y consiguieron reorganizarse, sobre todo en el ala derecha, donde se encontraba la Legión VI.
La carga principal del ejército de Farnaces fue poderosa y durante varios minutos desestabilizó a los romanos en el centro de la línea. Sin embargo, cuando la Legión VI comenzó a ganar terreno, el resto del ejército recuperó cohesión y contraatacó. La pendiente, el desorden del enemigo y la disciplina romana hicieron el resto. La retirada póntica pronto se convirtió en una desbandada. El narrador cesariano señala en el capítulo 76 del mismo texto: “Muertos muchos soldados, muchos otros murieron aplastados durante la huida”.
El rey huyó a caballo, pero poco después sería asesinado por sus propios aliados. César, que apenas llevaba cinco días en campaña, se dirigió entonces al Senado romano con un mensaje breve que pasaría a la historia. En palabras de Plutarco, recogidas en Vidas Paralelas, el dictador comunicó su victoria con una frase escrita a un amigo: “Vine, vi, vencí”.