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La vida es un billete solo de ida
Identificación fotográfica] 18 Junio 2025, 08:15

Concentración silenciosa a las puertas del Ayuntamiento de Moraleja del Vino (Zamora), en señal de duelo por la muerte de un vecino. EFE/Mariam A. Montesinos

Quizá una reacción rápida de gratitud por haber vivido contribuye a encontrar en el pasado la fuerza para seguir viviendo

Quizá el trabajo interior más sustantivo que tiene que llevar a cabo una persona que entra de modo traumático en una nueva y penosa realidad tiene mucho que ver con afrontar un duelo. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua ofrece una segunda acepción de la palabra duelo, procedente del latín dolus, que significa dolor; se diferencia de la primera que aparece y que nace de duellum, que define como combate entre dos. Hoy en día nos sobran los combates inútiles y devastadores, y nos faltan los duelos que nos reconcilien con nosotros mismos y con la vida.

El dolor, lástima, aflicción, sentimiento, tristeza o desconsuelo que se muestran públicamente con motivo del fallecimiento de alguien describen lo que es el duelo. Se entiende que nos sintamos perdidos junto a aquellos a quienes hemos perdido. Cuando uno va cumpliendo años descubre, como bellamente expresa Massimo Recalcati, que la vida no tiene más remedio que discurrir a través de sus innumerables muertos. La pérdida del otro es también la pérdida del mundo de los dos, y, por lo tanto, del propio mundo.

Un duelo ante la añoranza de lo irremediablemente perdido puede volverse, según el psiquiatra y ensayista italiano, melancolía, manía o elaboración. La melancolía nace de un dolor que se hace crónico; consiste en una tristeza vaga, profunda y permanente que impide disfrutar de la vida. La manía aparece como fruto de una negación de la pérdida, que desemboca en una obsesión, que, a su vez, deviene en un cuadro clínico de carácter psiquiátrico. En estos dos casos se abre un foso entre nosotros y lo irrecuperable que da lugar a la nostalgia como relación de la mente con lo que el duelo no puede recuperar.

En un tercer lugar, también cabe el identificar el duelo con el trabajo de intentar llenar de sentido el vacío que se ha producido. Quizá una reacción rápida de gratitud por haber vivido contribuye a encontrar en el pasado la fuerza para seguir viviendo. En cualquier caso, no se aspira al retorno, porque la vida es un billete sólo de ida.

La nostalgia en el sentido de añoranza encierra una cronificación melancólica del duelo, que conduce a una atrocidad: vivir la propia existencia como perdida; sin embargo, el pasado nos visita siempre con la posibilidad de empezar de nuevo, y es ahí donde vive la nostalgia plena de gratitud: llevo el pasado conmigo para “desear un deseo nuevo”, que es la nostalgia del futuro; el paraíso por conquistar implica volver al futuro, que es tanto como llenar la vida de vida.

Los psiquiatras se refieren a la memoria del futuro en cuanto relectura selectiva del pasado. Concebir la memoria en clave de futuro significa repensar en profundidad la experiencia de la nostalgia. Es el relato de cada historia personal el que puede transformar el pasado. Lo que ha sido no es necesariamente un cementerio de recuerdos, sino que lo podemos revisar constantemente, de modo que adquiera distintas formas según como se reescriba en cada presente. Consiste en darle vueltas en una espiral que va dotando de un sentido más rico lo vivido. El pasado revisitado surte el efecto de una promesa preñada de futuro. La promesa afirmativa de un deseo nuevo.

Decía el filósofo romántico Friedrich Schlegel que la vida se vive hacia delante, pero sólo se entiende hacia atrás. En la era de las expectativas multiplicadas que nos llevan a donde ellas quieren, usar el retrovisor puede salvarnos del choque con la realidad.


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