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Estela Ferrer tiene 26 años y vive en un pueblo de unos 200 habitantes en el que le gustaría quedarse y seguir desarrollándose profesionalmente, pero el sistema se lo pone difícil: “Autónomos no está pensado para los artistas que trabajamos por proyectos”.
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Tras una nube de finísimo polvo blanquecino descubrimos la silueta de una joven. Un pañuelo anudado esconde su melena rubia, las gafas de protección casi todo su rostro, y un mono de trabajo la aísla de la polvareda que levanta el paso de la radial por el bloque de piedra que en el que está trabajando. Estela Ferrer es artista plástica, en agosto cumplirá 26 años y ha sido la primera de su familia que decide dedicarse al arte: “En el instituto y en casa me animaban para que estudiara una carrera con salidas profesionales con más estabilidad”, confiesa, pero, aun así, ella decidió seguir su propio instinto.
Estela ha crecido en la localidad de Berge, situada en la provincia de Teruel, a caballo entre el Bajo Aragón Histórico y el Maestrazgo. Estudió en el colegio de Alcorisa, donde también cursó la secundaria: “Mi profesor Joaquín Macipe me aconsejó que hiciera lo que realmente quería porque luego disfrutaría con ello, y me matriculé en bachillerato artístico en el Instituto de Alcañiz”, explica la joven. Tras superar esta etapa, consiguió nota para entrar a la Universidad Politécnica de Valencia, considerada la mejor en su momento en Bellas Artes.
Entonces comenzó lo que Estela define como “un periodo de crecimiento personal”. A lo largo de estos cinco años, en los que vivió sola por primera vez, como la mayor parte de estudiantes que salen de sus pueblos para formarse, se fue descubriendo poco a poco no solo como persona, también como profesional. “Cuando llegué a la carrera no tenía claro qué quería hacer dentro del mundo del arte en el futuro”, confiesa la turolense. Sin embargo, la visita a finales del primer curso al taller de talla de piedra de la facultad despertó algo en Estela: “Las herramientas, el espacio, los trabajos de otros alumnos realizados en un objeto tan duro como es la piedra, de la que no parece que puedas sacar una figura así…Me dejó impresionada”.
La talla de su primera escultura en alabastro le llevó meses de trabajo: “Y eso que era súper pequeña”, bromea Estela: “Pero me encantó”, sentencia. Y con la misma rotundidad decidió después de finalizar el Grado en Bellas Artes, cursó el máster universitario en Producción Artística, y decidió volver de nuevo a casa, a Berge, para dedicarse “a lo suyo”.
“Trabajé para poder invertir en mi taller”
“Tenía claro que quería dedicarme a lo que había estudiado, pero tenía que pensar cómo poder llevarlo a cabo”, afirma la escultora, consciente de la necesidad de seguir haciendo obra y participar en concursos, para seguir desarrollándose y haciéndose un camino que partía casi desde cero: “Durante los años de estudio hice algunos encargos, sabía que era importante de cara al futuro tener cierta experiencia y obra propia”, observa Estela.
Una vez de vuelta en Berge, la joven decidió hacer un curso de emprendimiento para artistas y artesanos: “Era online y nos orientaban según nuestros intereses, en mi caso era más arte que artesanía, y me ayudó mucho, sobre todo para creer en mi idea y en mí misma”, explica Estela. Al mismo tiempo, trabajó como gestora cultural en el castillo de Peracense: “Fue una experiencia maravillosa”, comenta, y con el dinero que ganó pudo invertir en la compra de la herramienta necesaria para poner en marcha su propio taller de escultura.

Encontrar un espacio en una ciudad donde poder dedícate a tallar piedra, no es sencillo, sin embargo, en un pueblo, como Berge, es mucho más fácil, y esa es una de las razones por las que Estela decidió volver de Valencia y ponerse a trabajar en su pueblo de 200 habitantes. Además, “este ritmo de vida va más con mi forma de ser, soy una persona tranquila”, añade esta artista que piensa que el lugar donde naces y creces, en su caso, ha marcado en cierta manera su carácter y forma de ver la vida ahora.
Desde hace poco más de dos años, una antigua casa de pueblo se ha convertido en el taller de Estela. “La construyó mi abuelo y ahora es de mi tío, no la usaban y me la dejó, como está un poco a las afueras, aunque no demasiado, dispongo de un espacio para trabajar donde no molesto a nadie, y está bien para empezar”, explica la joven. Estela saca la obra al exterior de la casa y allí trabaja el grueso, en el interior, sobre una mesa larga, bien dispuestos, están todos los útiles que emplea en los diferentes procesos.
Sin embargo, la casa no solo es el lugar de creación de escultura, Estela tiene la vista puesta en otro proyecto que quiere impulsar, sin dejar la talla en piedra. Se trata del 2D, el grabado: “Una de las habitaciones de la casa la estoy preparando para seguir profundizando en esta técnica que, junto con la talla y la pintura, es otra de las que más me gustan”, apunta. A pesar de que ahora está centrada en la escultura, Estela no ha querido dejar ninguna inquietud sin explorar, consciente de que el artista multidisciplinar está muy valorado en el arte contemporáneo.
En una tercera habitación encontramos algunas de las maquetas de obras que ha realizado y otras que están pendientes de hacer. En las paredes hay notas, recortes, apuntes con ideas para próximas obras y frases que le motivan porque este taller es el lugar en el que Estela se refugia cuando necesita despejarse y cargar pilas: “Es tu espacio, donde nadie te observa, donde estoy más concentrada a la hora de crear. Es el lugar donde sucede todo”.
Un sistema que expulsa a los artistas
Mientras sigue trabajando en la obra de alabastro que tiene entre manos: “La lijo a mano porque este es un material más blandito y permite ser moldeado de esta forma”, apunta Estela, la joven escultora reconoce que detrás de cada forma armónica y sutil de sus obras, hay un trabajo duro, con una exigencia física que la ha llevado a apuntarse al gimnasio para mejorar su condición física y poder así manejar mejor las herramientas: “Trabajo con radiales, fresadoras, y con materiales pesados, como la piedra, y requieren fuerza”, explica.
Pero no solo la fuerza es necesaria para sobrellevar este emprendimiento, también la economía es fundamental, sin embargo: “El sistema no está pensado para aquellos autónomos como los artistas que trabajamos por encargos o por proyectos”, lamenta Estela, que ahora cumplirá el periodo máximo de descuentos que permite la cuota de autónomos a nuevos incorporados, y tiene que hacer cuentas para poder seguir adelante. “Tengo claro que quiero ganarme la vida trabajando de lo mío, pero creo que voy a tener que compaginar con otro trabajo porque los profesionales del sector del arte no tenemos ingresos mensuales fijos y cuesta mucho empezar”, denuncia Estela.
Su primer encargo escultórico fue para una boda, desde entonces ha tenido varios proyectos de obra pública, imparte talleres de alabastro, a los que se suman algunos encargos personales de escultura, pero “ninguno de estos trabajos es fijo, como la cuota de autónomos que sí lo es”.
Una obra que emociona y conecta con las personas
“Para mí el arte es un medio de expresión que requiere una acción emocional y a la vez social. La afirmación que me inspira cada día a realizar mi trabajo artístico es que los actos que cambian el mundo son los que, en principio, parecen más pequeños”, explica Estela Ferrer, que se define como una artista que se dedica a crear expresiones que emocionen y conecten con las personas a partir de historias.
Toda la obra de la turolense: “En mayor o menor medida, tiene implícito el discurso de género”, confiesa la artista que entiende su trabajo como un canal para dar voz a cuestiones sociales y todo tipo de sentimientos. Una de sus esculturas públicas “Lavanderas”, que se puede ver en La Rioja, responde a esta sensibilidad.
Estela también ha participado con tres esculturas en el proyecto colectivo “Armonatura” en Berge, Alcorisa y Calanda. Fue galardonada en 2022 con el primer premio de escultura “Grandes valores” por la Fundación Notariado, de Madrid y ha expuesto en el Castillo de Albalate del Arzobispo, el Corte Inglés Pintor Sorolla de Valencia, la Facultad de Bellas Artes San Carlos, la casa de la cultura José Peris Aragó en Alboraya, o el Museo de Arte Sacro de Teruel, entre otros.
A pesar de que reconoce que “hay muchas personas que están limitadas por sus creencias y que les cuesta entender que algo que nunca se han planteado puede funcionar”, en su caso concreto, el apoyo de su entorno ha sido fundamental, y lo sigue siendo: “Mis amigos me entienden cuando en fin de semana me escapo un rato al taller, no me cuestionan”, agradece la joven, que también ha contado con su familia en este viaje: “puede que a mi padre le haya costado un poco más, los padres siempre quieren seguridad para sus hijos, pero ahora es como mi manager y mi mayor fan, a veces se me adelanta y sube mis obras antes que yo a las redes sociales”, sonríe Estela.
Esta joven artista no echa en falta una gran ciudad: “Cuando vives en una ciudad no estas todo el día viendo exposiciones o haciendo contactos, eso puedes hacerlo yendo un día puntual, pero sin un lugar para trabajar, no tienes obra, y la obra sí es fundamental para un artista”, explica. Su apuesta por vivir en su pueblo le ha dado la posibilidad de tener un pequeño taller en el que crear, su elección es firme y, por el momento, no tiene planeado hacer un cambio en este sentido. Nieta de minero, a Estela le hubiera gustado que su abuelo hubiera visto en quién se ha convertido y sus obras: “él picaba piedra y yo, aunque de otra forma, también lo hago, creo que se sentiría feliz”.