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Heridas del colonialismo - Aunque la expedición buscaba estudiar el tránsito de Venus y explorar territorios desconocidos, James Cook acabó reclamando tierras en nombre del Imperio británico sin consentimiento de los pueblos originarios
“Me siento como un amante del arte que pasea por el Louvre mientras lo destruyen las llamas”: el científico Hugues desde la Gran Barrera de Coral
Un disparo cruzó la espesura y agitó el aire junto al río Endeavour. La tensión entre los tripulantes del HMS Endeavour y los Guugu Yimithirr había estallado por un desacuerdo con una tortuga marina. En tierra, la vegetación ardía por el fuego encendido por los aborígenes como advertencia. James Cook ordenó responder con pólvora. Así comenzó el contacto europeo con los pueblos originarios de la costa noreste de Australia.
El 11 de junio de 1770, el barco comandado por Cook encalló en un arrecife de coral y tuvo que permanecer más de seis semanas en la desembocadura de un río al que bautizó como Endeavour. Aquel accidente abrió un periodo de convivencia forzada con los habitantes tradicionales del lugar, que ya conocían la Gran Barrera de Coral desde hacía siglos.
Una misión científica terminó en apropiación territorial
La presencia británica, aunque fue fugaz, desencadenó un choque de costumbres y prioridades. Los relatos orales transmitidos por generaciones entre los Guugu Yimithirr recuerdan ese primer contacto como el inicio de un desequilibrio que nunca volvió a restablecerse.
La expedición de Cook tenía objetivos científicos. La Royal Society le había encomendado observar el tránsito de Venus desde Tahití y buscar evidencias del continente austral en aguas del Pacífico. Tras cumplir el primer encargo, el capitán británico se dirigió a la costa este de Australia.

Allí comenzó una travesía por aguas desconocidas, cartografiando el litoral mientras Joseph Banks recogía muestras de flora y fauna. Aquel avance culminó con una toma de posesión sin consentimiento aborigen, ejecutada por Cook el 22 de agosto desde Possession Island, en el extremo norte del continente.
En sus propias palabras, Cook escribió en su diario que Australia “no produce nada que pueda convertirse en un artículo de comercio que invite a los europeos a establecerse allí”. Dieciocho años después, el Imperio británico instaló una colonia penal en Nueva Gales del Sur.
Para los pueblos originarios, ese acto no supuso una llegada, sino el inicio de una transformación impuesta por gente que no conocían y que no tenían derechos sobre ellos. La autoridad aborigen sobre el mar y la tierra se vio desplazada por nuevas normas, idiomas ajenos y lógicas extractivas.
La historia del arrecife está entretejida con las memorias del colonialismo
Las comunidades como los darumbal, wulgurukaba o manbarra mantienen una relación ancestral con el mar, a través de prácticas culturales que combinan saberes espirituales y aprovechamiento sostenible. Antes de que el mar cubriera las planicies donde hoy se alza el arrecife, ya existía una vida organizada con rutas comerciales, divisiones territoriales y conocimiento ecológico profundo.

Con la subida del nivel del mar, ese vínculo se trasladó a lo que hoy se llama Sea Country, una noción que entrelaza territorio, cultura y responsabilidad. Esa relación, transmitida durante generaciones, se vería profundamente trastocada con el asentamiento británico en la región.
Los europeos, además de llevar nuevas enfermedades o desposesión territorial, también interrumpieron los sistemas de transmisión de conocimiento oral, los ritos ligados al arrecife y la gestión comunitaria de los recursos marinos.
A pesar de ello, muchas personas aborígenes continúan implicadas en la protección del arrecife y en la recuperación de sus prácticas. Algunas participan en acuerdos formales con la Autoridad del Parque Marino para codirigir la gestión del entorno. Otras registran tradiciones, cuidan de lugares sagrados o enseñan a los más jóvenes la relación que mantienen con ese territorio sumergido.

Las cicatrices históricas no han roto por completo ese lazo. Aún persiste un conocimiento vivo que sitúa a los pueblos originarios como custodios legítimos del arrecife. Según explica Malcolm Mann, representante darumbal en la comisión asesora de la Autoridad del Parque Marino, “la barrera de coral es algo que va y viene, pero lo que nos preocupa es el ritmo de cambio debido a la influencia humana”.
El legado colonial sigue presente en las estructuras de gestión, en la distribución de los derechos sobre el territorio y en los efectos acumulados de decisiones que priorizaron intereses económicos frente al equilibrio ambiental. Sin embargo, la memoria de lo que ocurrió a partir de aquel encallamiento en 1770 no se ha perdido. En las narraciones, en los cantos tradicionales y en las líneas de conexión cultural con el arrecife, sigue vivo el recuerdo de una historia que comenzó con un disparo en la costa.