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Impulso irrefrenable - El modelo no solo reproduce reacciones físicas, sino que permite explorar qué mecanismos llevan a la dependencia, facilitando el desarrollo de terapias más específicas
La inquietante verdad sobre las moscas y lo que dejan sobre tu comida
Las manos tiemblan, los párpados caen y el cuerpo entero parece moverse sin dirección. En las urgencias de cualquier hospital, los cuadros de consumo compulsivo siguen un patrón físico inconfundible: hiperactividad inicial, sudoración, taquicardia y, poco después, parálisis o colapso. Los médicos lo identifican en segundos, aunque el paciente no diga una palabra. Es cocaína. A partir de esa secuencia, un equipo de científicos en Utah decidió buscar respuestas en un lugar muy distinto: el sistema nervioso de una mosca.
Los investigadores de la Universidad de Utah lograron modificar genéticamente a ejemplares de Drosophila melanogaster para inducir una respuesta adictiva ante esta sustancia. Hasta ahora, estas moscas evitaban voluntariamente el consumo de cocaína incluso cuando se les ofrecía en solución dulce.
Al silenciar los receptores del gusto, las moscas eligieron la droga por voluntad propia
El motivo parecía estar en su sistema sensorial, preparado para rechazar toxinas vegetales a través del gusto amargo, detectado por sensores situados en las patas. Esas terminaciones nerviosas permitían a los insectos distinguir lo que iban a ingerir sin necesidad de probarlo directamente.
Al detectar esa barrera natural, el equipo optó por desactivarla mediante técnicas de edición genética. Con los receptores silenciados, las moscas comenzaron a elegir el agua azucarada mezclada con cocaína en menos de 16 horas. El investigador Travis Philyaw, primer autor del estudio, explicó que este modelo “permite identificar genes de riesgo difíciles de detectar en organismos más complejos, y después transferir esa información a modelos de mamíferos”. El trabajo fue publicado en la revista Journal of Neuroscience.

El comportamiento observado no se limitó a la preferencia por la sustancia. Las moscas modificadas replicaron algunas reacciones físicas comunes en humanos tras el consumo: primero una actividad descontrolada, luego una disminución drástica de movilidad. Adrian Rothenfluh, profesor de psiquiatría y líder del proyecto, señaló que “con dosis bajas se activan, con dosis altas quedan paralizadas”.
Esta similitud facilita validar el modelo para estudios sobre dependencia y abre una vía rápida y económica para analizar el efecto de múltiples genes al mismo tiempo.
Antes de alcanzar esos resultados, los científicos comprobaron que, incluso en exposiciones repetidas, las moscas intactas evitaban cualquier mezcla con cocaína. Esa reacción llevó a analizar los receptores de sabor localizados en sus patas, que resultaron clave en la decisión de rechazar o aceptar un líquido. Rothenfluh detalló que “la cocaína activa los receptores del sabor amargo en los segmentos tarsales, lo que provoca una reacción de rechazo”.
La respuesta de las moscas imitó con el comportamiento de personas adictas
Una vez eliminada esa percepción, las moscas se comportaron de forma similar a como lo hacen los organismos adictos: repitieron el consumo sin estímulos externos, mostraron una preferencia clara por la droga frente a otras opciones y alteraron su conducta física tras la ingesta. Gracias a su rápida reproducción y facilidad de manipulación genética, el equipo pudo analizar cientos de variables en un tiempo muy inferior al que permitirían modelos animales más complejos.
El estudio se enmarca en una serie de investigaciones previas centradas en el alcohol, donde ya se habían identificado genes compartidos entre humanos y moscas relacionados con el consumo excesivo. La diferencia con la cocaína estaba en la respuesta inicial: las moscas evitaban el contacto con la droga, lo que impedía avanzar en el desarrollo de modelos conductuales. Philyaw apuntó que “podemos estudiar cientos de genes en poco tiempo y trasladar los hallazgos a modelos más complejos, como los mamíferos”.
El equipo insiste en que la clave de este modelo no reside únicamente en la reacción física, sino también en su utilidad para analizar qué mecanismos llevan a repetir el consumo. Rothenfluh concluyó que “cuanto más se entiende el mecanismo, más opciones existen para encontrar tratamientos que actúen sobre él”.