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Más que acrobacias: la Escuela de Circo Social de Zaragoza como motor de comunidad e inclusión
Identificación fotográfica] 06 Junio 2025, 08:15

Más que acrobacias: la Escuela de Circo Social de Zaragoza como motor de comunidad e inclusión

La Escuela de Circo Social de Zaragoza ofrece un espacio inclusivo donde jóvenes y colectivos diversos encuentran en el circo una herramienta de expresión y transformación personal

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En un aula suspendida entre cuerdas, trapecios y telas aéreas, hay algo que se mueve más allá del cuerpo: la confianza, la empatía y el trabajo en equipo. La Escuela de Circo Social de Zaragoza nace como refugio, taller de vínculos y plataforma para descubrir que hay otras formas de ser, estar y vivir el tiempo libre. “Llegué a la Escuela de Circo Social justo después de la pandemia. Como yo dejé de hacer deporte, busqué alguno nuevo y este me llamó la atención porque era diferente. Empecé a probar y aquí estoy, desde entonces”, cuenta Bera Martínez Alonso, zaragozana de 18 años.

Bera se inició con clases abiertas, atraída por lo distinto. Sin embargo, lo que le ha hecho quedarse ha sido que “más allá de la técnica, el circo te saca de la zona de confort y te enseña en actitud y saber estar”.

Hoy trabaja con cuerda aérea, pero ha pasado por acrobacias, telas y trapecios. Lo que empezó como una curiosidad física se transformó en un lugar de pertenencia. “Aquí he aprendido mucho más que técnica. He aprendido a confiar en mí, a trabajar en grupo, a estar para los demás”, apunta.

Un circo sin carpa, pero con raíces profundas

San Pablo, La Magdalena, Oliver, El Gancho, Vadorrey, Tenerías o San José han visto cómo la acrobacia, el clown o los malabares transforman solares, patios escolares o plazas públicas en espacios de encuentro y expresión.

Detrás de esta presencia en los barrios, esta escuela lleva 14 años luchando por ser una red tan real como transformadora en la que las personas, sobre todo jóvenes, puedan encontrar una alternativa cultural y de ocio.

“Se trabaja el compañerismo, la empatía, el trabajo en equipo, la confianza en una misma… Yo lo que había visto era el circo de Valdespartera en el Pilar y, aunque se parece, es mucho más en grupo y se tiene más en cuenta a los demás. Aquí vamos todos a una”, reconoce Martínez.

Esta escuela, tal y como detalla Javier Gracia Crespo, coordinador y profesor, nació a raíz de que artistas del circo, también educadores y trabajadores sociales, “nos uniéramos para dar salida a la inquietud que teníamos de utilizar el circo como una herramienta de transformación social”.

Por un lado, el objetivo estaba en entender ese poder del circo como fuerza transformadora y, por otro, en entender la necesidad de ofrecer un ocio distinto para los jóvenes, que “se sienten muy abandonados y a veces no encuentran su camino”.

“El circo da la oportunidad de hacer un ejercicio físico creativo, que no es competitivo y que tiene muchos valores detrás”, indica. De este modo, explica que, además de la técnica y de la importancia de la confianza en el otro, también se lleva a cabo un trabajo individual de enfrentarse a la frustración ante el fallo. “No hay trucos detrás, sino que es el ensayo, el trabajo y la constancia lo que te hace avanzar”, afirma.

A su vez, “otra de las cosas más importantes que se aprende es aceptarte a ti misma, encontrar tu lugar y defender lo diverso y lo accesible para todas las personas”.

“Todas son necesarias y se complementan. El circo es muy vivencial porque se trabaja la confianza desde un punto de vista real. Es decir, vas a hacer una acrobacia y un salto mortal, te tengo que coger y tú tienes que confiar en mí para no hacerte daño. O te fías o no lo haces y, aunque no pasaría nada, cuando depositas tu confianza en algo así se crea un lazo muy fuerte”, específica.

Instalaciones del Circo Social de Zaragoza
Instalaciones del Circo Social de Zaragoza

Frente a los estereotipos del circo tradicional, Bera reivindica su diversidad: “Creo que la gente, en la calle, piensa que el circo es algo mucho más técnico y se suelen cerrar en que hay payasos, trapecistas o malabaristas, pero, cuando vas conociendo, ves que hay un mundo mucho más grande y que con cualquier cosa puedes hacer circo. Desde un paraguas, una silla, una pelota o una maleta”.

A esto, Gracia añade que, a pesar de que la gente sigue creyendo que es circo con animales y que vamos solo con la carpa, ahora mismo el circo se entrelaza con el teatro, la danza y el clown para llegar a todos los rincones e integrar cualquier deseo y reivindicación de las alumnas.

Aparte de lo físico, está lo emocional

“Venir aquí me ha ayudado a nivel personal, en momentos complicados. Cuando tenemos un problema, dedicamos un rato de la clase a hablar sobre cómo estamos interiormente y nos ayudamos entre todos”, explica Bera, quien agrega que “no es una clase de venir, hacer cosas e irte”.

En este sentido, Gracia asegura que este punto vertebrador se extiende a todos los barrios y situaciones, ya que, gracias a su intervención en barrios como El Gancho, “los chavales que eran vistos como bandarras, ahora son aplaudidos por esos vecinos que los juzgaban”. 

Lo que está claro es que todas las inquietudes emocionales de los alumnos y las alumnas se traducen en un espectáculo final, en el que “se adapta lo que se quiere contar a la disciplina artística”. “Surge a raíz de sus opiniones y pensamientos, que van cambiando dependiendo de la edad”, valora Javier.

Con ello, Bera señala que la transformación es colectiva, ya que ella llegó nueva sin conocer a nadie y, poco a poco, fue descubriendo a personas con las que “luego te encuentras fuera de la escuela y te llevas bien”. “Se hace grupo y se conecta”, valora.

No obstante, remarca que, sobre todo, es un espacio abierto: “Aquí hay hueco para todo el mundo, se puede adaptar todo. Tanto las personas, como los elementos o la forma de verlo. Es una forma de abrirse a un mundo mucho más grande”.

Lo mismo sucede con colectivos de diversidad funcional, que “son personas a las que les están diciendo todo el día que no pueden y de repente se suben a una bola o a un trapecio y consiguen eso que pensaron que sería imposible”.

“Los límites nos los ponemos a nosotras mismas o la propia sociedad, no es algo que venga escrito. Desde la escuela, intentamos romper con eso y que lo vean como un juego, un reto o una forma de expresión”, sostiene Gracia.

Empezar por abrir la mente

Lo que tiene claro tanto Bera Martínez como Javier Crespo es que la persona que quiera iniciarse debe empezar por “abrir su mente y saber que se va a encontrar con muchas cosas diferentes”, dice ella. Al mismo tiempo, añade que “debe saber que se va a caer muchas veces, que va a probar a hacer muchas cosas que no le saldrán a la primera y que, si sigue intentándolo, lo conseguirá”.

Durante ese proceso, Javier asegura que estará un equipo humano y artístico de siete personas que lucha por mantenerse y seguir apostando por esta disciplina, a la que ya se han sumado entre 200 y 250 alumnos y alumnas.

Muchas de ellas llegan después de las sesiones de circo en familia, que “son de las más divertidas porque el reto no es que jueguen los niños sino los adultos”. “Acaban conectando adultos y niños desde el juego y el contacto. Entran en ese mundo más creativo a través de retos. Se complementa la creatividad del peque con la lógica adulta”, detalla.

Asimismo, comparte que en la escuela han tejido redes nacionales e internacionales, apostando por convivencias en la que “ven que hay muchas personas como ellas, con gustos e intereses parecidos”.

Más continuidad y apoyo institucional

“Un tiempo pensé en dedicarme a esto de manera profesional, pero vi lo complicado que era en España y aposté por estudiar Trabajo social. Lo tengo como extraescolar y si puedo sigo viniendo. Es muy difícil vivir de circo, pero también de todo lo que tiene que ver con las artes”, explica la alumna.

Para Gracia, “no es que sea complicado, sino que existe una falta de continuidad tanto en Zaragoza como en España”. “La opción existe, pero no aquí. Tiene que ser en países como Francia, que allí hay una mayor apuesta”, indica.

Además de luchar contra esta idea de que el circo no puede ser una alternativa profesional y de hacer que las alumnas formen parte de la comunidad, desde la Escuela de Circo Social solicitan un “apoyo más continuado en el tiempo” por parte de las instituciones.

Aunque el público sí acude a los espectáculos y ahora ha aprendido que “el circo no es algo rígido”, señala que “no hay actuaciones suficientes para generar referentes ni facilidad a la hora de pensar a largo plazo”.

Bera Martínez y Javier Gracia Crespo
Bera Martínez y Javier Gracia Crespo

“Nuestra prioridad no es ser una escuela preparatoria para lo profesional, pero sí queremos dar continuidad a aquellas personas que se interesan por esta disciplina. Siempre estamos pendientes de subvenciones y nos limita. Necesitamos un apoyo claro que dé tranquilidad”, subraya.

Del mismo modo, lamenta esta situación que imposibilita dar continuidad a “esos colectivos que van a la suya y que, cuando consigues que se interesen y acudan de manera regular, se les acaba”.

Aun así, mientras la ciudad decide si el circo social merece un espacio estable, la escuela ya lo ha demostrado en la práctica: allí donde alguien se sube por primera vez a un trapecio y otra persona extiende las manos para sujetarla, nace un modo diferente de entender el ocio, la cultura y la vida en común.


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